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El papel de los ultrarricos en la crisis climática: ¿Mad Max o Elysium?

En los últimos años, hemos visto cómo huracanes más intensos, temperaturas récord y sequías prolongadas pasan de ser noticias esporádicas a sucesos que se repiten con alarmante frecuencia. Pero lo que a menudo se oculta tras estas catástrofes es un factor clave: la huella de carbono desproporcionada que generamos quienes vivimos en el llamado «primer mundo», y de manera muy especial los ultrarricos. ¿Por qué sucede esto y qué podemos hacer al respecto? La clave para enfrentar el cambio climático pasa, necesariamente, por replantearnos la desigualdad global.

Diversos estudios señalan que la riqueza extrema acarrea también un consumo de recursos extremos. Un informe de Oxfam concluyó que el 1% más rico de la población mundial emite más del doble de dióxido de carbono que el 50% más pobre. Pensemos en yates, jets privados, mansiones climatizadas y una vida llena de lujos que consumen cantidades obscenas de energía y todo tipo de recursos. Cuando multiplicamos ese nivel de gasto por el volumen de las personas con mayor poder adquisitivo, el impacto medioambiental se dispara.

En contraste, la gran mayoría de la población mundial lucha por cubrir necesidades básicas y salir de la pobreza. Estas comunidades, aunque consumen muy poco en términos de energía y materias primas, son las que más sufren las consecuencias del cambio climático: sequías que arruinan sus cultivos, aumento del nivel del mar que inunda sus aldeas costeras o cambios drásticos en los patrones climáticos que afectan sus fuentes de alimento. Ante este panorama, es innegable la necesidad de actuar con urgencia.

Si somos honestos, sabemos perfectamente que es absolutamente imposible que toda la población mundial alcance el nivel de vida que tenemos en el primer mundo, lo cual implica que seguir como estamos solo conduce a dos caminos posibles: o al colapso climático del planeta y con él de toda la humanidad, o a la bunkerización del primer mundo y el mantenimiento por la fuerza del resto de la población en la miseria, el hambre y la enfermedad.

Por este camino solo vamos hacia Mad Max o hacia Elysium, y ninguno de los dos parecen sitios en los que te gustaría vivir si no eres parte del 1% de ultrarricos.

Pero hay otros caminos. La realidad es que podemos vivir mucho mejor con mucho menos, porque realmente no necesitamos irnos de vacaciones a los confines del mundo cada fin de semana, ni cambiar cada seis meses nuestros dispositivos digitales, ni renovar nuestro armario cada quince días, ni comer productos exóticos todos los días del año. Si lo pensamos un segundo, todas estas cosas en realidad son las que necesitan los ultrarricos para seguir siéndolo, y por el camino nos llevan al desastre.

No necesitamos todas esas cosas que nos están matando, y sin embargo necesitamos muchas otras que nos harían vivir mucho mejor: necesitamos reconectar con la naturaleza y con la tierra, necesitamos compañía, amistades y cuidados, necesitamos tiempo, necesitamos vivir más despacio, poder cuidarnos, necesitamos más comunidad y menos individualismo.

Y no podemos esperar a un cambio global planetario, tenemos que empezar ya, cada cual en nuestra casa, en nuestra empresa, en nuestro barrio y en nuestro pueblo. Individual y colectivamente. Tenemos que armar nuevas alianzas sociales, tenemos que contar la verdad y exigir a la política que aborde la situación. Tenemos que construir redes, alianzas, complicidades y comunidades.

Yo no se tú, pero yo no voy a quedarme esperando a ver si al final me llevan a Mad Max o a Elysium.

¿Existe consenso científico sobre el origen humano del cambio climático? Rotundamente, SÍ.

«Los científicos saben desde hace décadas que la Tierra se está calentando. El aumento de las temperaturas globales desde finales del siglo XIX no tiene precedentes en miles de años. Es inequívoco que los seres humanos estamos provocando el calentamiento. Los cambios en la actividad solar y las erupciones volcánicas no son la causa de la tendencia al calentamiento.»

Esta frase tan contundente la puedes encontrar en la web del IPCC, que es el principal órgano internacional encargado de evaluar el conocimiento científico relacionado con el cambio climático. Fue establecido en 1988 por la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) con el propósito de proporcionar a los responsables de políticas evaluaciones científicas periódicas sobre el cambio climático, sus impactos y posibles estrategias de adaptación y mitigación.

Cuenta con 195 estados miembros y no realiza investigaciones propias, sino que analiza periódicamente toda la investigación en la materia para extraer las conclusiones que tienen máximo consenso científico.

En los últimos informes cerca de 800 autores coordinadores, junto a más de 1.000 autores contribuyentes y más de 2.000 revisores expertos participaron en el proceso de revisión, evaluando más de 30.000 informes científicos.

Esto no significa que no haya ningún científico en el mundo que niegue la causa antropogénica del cambio climático, o incluso el cambio climático en sí mismo. Aunque muy pocos, existen algunos científicos que niegan esta realidad. Varios de ellos ya han sido desenmascarados por estar a sueldo precisamente de las principales empresas causantes del cambio climático, y el resto han sido cuestionados bien por no ser realmente expertos en la materia o por basarse en informaciones y estudios erróneos.

El cambio climático y su origen antropogénico tiene el mismo nivel de consenso científico que puede tener la forma esférica del planeta, la existencia de la gravedad, o la evolución de las especies. Por más que haya personas que nieguen todas ellas, científicamente no hay ningún género de dudas al respecto.

Ante una situación de shock profundo es normal que nuestra primera reacción sea la negación. No queremos creer que nuestra persona querida ha muerto, o que nuestra relación sentimental se ha terminado. Del mismo modo no queremos pensar que le estamos prendiendo fuego a nuestra casa con nuestro estilo de vida.

Por más comprensible que sea esta actitud de negación, no podemos quedarnos ahí porque la realidad es la que es y es imperativo asumirla para poder pasar a la acción.

¿Por qué ser activista climático?

Como humanidad enfrentamos innumerables desafíos y crisis de todo tipo. Lo llevamos haciendo desde que tomamos consciencia de nuestra identidad, no es algo nuevo.

Pero en estos momentos enfrentamos un triple desafío, cuya combinación proyecta un futuro inquietante a nivel global como nunca antes en nuestra historia ya que lo que está en juego es ni más ni menos que la propia existencia de la sociedad humana tal y como la conocemos en los últimos diez mil años.

En primer lugar una crisis de biodiversidad pavorosa que ya se denomina por la comunidad científica como la sexta extinción masiva. No hace falta que me extienda mucho en las consecuencias inimaginables que tiene esta primera crisis en nuestro futuro inmediato.

En segundo lugar una crisis climática provocada por la pesadilla del crecimiento ilimitado de nuestras economías. En 2024 hemos superado ya el límite del acuerdo de París de incremento medio de la temperatura del planeta de 1.5º. Miles de científicos están ya en rebelión cívica luchando en todo el mundo para que se escuche sus advertencias y se tomen medidas urgentes y decididas para descarbonizar nuestras sociedades.

Por ultimo, nos encontramos sumidos en una crisis energética sin precedentes fruto de haber sobrepasado el denominado “peak oil”, es decir, el punto máximo de extracción de petróleo y en consecuencia, el punto máximo de producción posible de todos sus derivados, imprescindibles para sostener nuestro actual “estilo de vida”. En especial la escasez de diesel, auténtico motor de la economía, ya ha paralizado varios países y amenaza seriamente las economías globales del mundo entero.

La conjunción de estas tres crisis pone en riesgo lo más básico que necesitamos para sobrevivir como sociedad, y no es ya ni el crecimiento económico, ni la competitividad, ni la innovación, ni siquiera el empleo. Lo que está en riesgo a corto plazo es el suministro de alimentos, de agua, de energía, de materiales básicos, etc.

Imagino que ahora mismo algunos estáis imaginándome como al típico loco subido a una caja gritando que viene el fin del mundo. Confieso que yo a veces me siento un poco así, pero alguien tan poco sospechoso de lanzar mensajes alocadamente catastrofistas como es el Secretario General de la ONU, el Sr. Antonio Guterres dijo recientemente que tenemos que elegir ya «entre la acción colectiva o el suicidio colectivo”.

Yo hace un tiempo ya pasé las diferentes fases del «duelo climático»: la negación (esto no puede estar pasando), la ira (está pasando y hay que ajusticiar a los culpables), la negociación (esto lo arreglará la tecnología), la depresión (esto ya no tiene arreglo) y por fin la aceptación, que no la sumisión. La aceptación que significa hacerme cargo de la situación y ponerme manos a la obra en lo que yo puedo hacer.

¿Por qué fase andas tú?

+1,6º

Es lo que ha variado la temperatura media del planeta en 2024, respecto a la media de la época preindustrial.

A primera vista no parece una cifra muy alarmante, hasta que caes en la cuenta de que la temperatura media del planeta era de 13,5º. Es decir, un incremento de 1,6 grados equivale a si un humano, cuya temperatura media normal es de 36º, tuviera 40,2º… una auténtica barbaridad.

Las previsiones más optimistas hablan de que al ritmo actual alcanzaremos seguro los +2,5º (los 42,7º humanos) y los más pesimistas hablan de unos aterradores +3,5º (45,4º humanos).