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Los ejércitos y las relaciones internacionales en la Biopolis Cantábrica del 2046

La crisis climática y la destrucción masiva de la biodiversidad nos ha enseñado con gran sufrimiento que las fronteras ficticias que hemos establecido no nos protegen de los eventos catastróficos ni de las migraciones masivas, así que cooperamos con nuestros vecinos por propia supervivencia y por una nueva consciencia de que realmente estamos todos en el mismo barco, navegando por el espacio y lo que sucede a nuestros vecinos nos afecta completamente.

Por eso liberamos de inmediato todo nuevo descubrimiento científico y tecnológico, productivo o del tipo que sea. Todo se comparte para beneficio de todas las sociedades y por ende del conjunto de la humanidad, lo cual va en nuestro propio beneficio también.

Colaboramos muy activamente, especialmente con nuestros vecinos para garantizar su estabilidad, sus necesidades básicas y ayudarles con conocimiento, con personal experimentado e incluso con recursos cuando es necesario. No hay competición ya que de nada sirve ser “mejor” que otra sociedad si no conseguimos que repercuta globalmente.

No todas las sociedades vecinas son pacíficas y amistosas. Algunas siguen ancladas en sistemas más propios del viejo capitalismo, pero no interferimos con ellas. Las tratamos igual que al resto y les ofrecemos libremente nuestro conocimiento y nuestra ayuda, si así lo desean.

En las Biopolis no tenemos ejércitos profesionales equipados para la destrucción de los enemigos. Se ha realizado un importante trabajo de desmilitarización de la sociedad, tanto a nivel material como cultural y el resultado es una manera de entender las relaciones con otras sociedades que pasa necesariamente por la cooperación y la ayuda, incluso aunque “el otro” no aplique los mismos principios de manera recíproca.

Todas las armas de fuego han sido proscritas y ya no se fabrican de ningún tipo. Tampoco aviones, barcos, tanques, bombas, misiles, drones ni nada con fines militares, por una razón muy sencilla y es que se han convertido en chatarra completamente inútil gracias al descubrimiento de los Pulsos de Neutralización Neuro-Electromagnética Temporal, las comúnmente llamadas “Ondas Gallas” en honor a su descubridor, El Dr. Gallastegi, un científico precisamente de nuestra Biopolis.

Las “Gallas” producen un doble efecto, en las cosas y en las personas: en las cosas simplemente las inutiliza completa pero temporalmente. No las daña, simplemente las desactiva. Cualquier cosa que tenga el más mínimo componente electrónico, queda desactivada con una onda Gallas.

En las personas produce un efecto similar: las “desactiva” sin dañarlas, es decir, les produce un aturdimiento repentino e irremediable que provoca una especie de desmayo, y que no tiene ningún efecto secundario posterior, salvo una especie de paréntesis mental durante el tiempo que dura dicho desmayo que son unos minutos, suficientes para impedir que la persona agreda o utilice un arma no electrónica.

Disponemos de dispositivos de ondas Gallas tanto de uso individual para las labores de seguridad interna de la Biopolis, como de sistemas de defensa a nivel de territorio.

Estos sistemas funcionan con un tipo de IA que está expresamente diseñada para evitar su uso salvo en situaciones de legítima defensa, con sistemas de control redundantes y autorización humana final. Además cuando se ha activado, queda totalmente registrado y trazado lo que ha sucedido, cómo, cuándo, quién y por qué se ha activado, de manera que sea externamente auditable.

El descubrimiento de las ondas Gallas no fue fruto de un golpe de suerte, sino de un esfuerzo colectivo y totalmente enfocado. La Asamblea Ciudadana lanzó un proyecto global para disponer de una herramienta no letal que permitiera las labores de defensa exterior y mitigación de la violencia en el interior. Los recursos invertidos fueron ingentes, pero el resultado era obvio que compensaría ya que permitiría a la Biopolis redirigir cantidades enormes de profesionales y de recursos materiales desde la industria militar hacia otras actividades mucho más necesarias. Además, el aparato militar era uno de los elementos que más Codos consumía y menos beneficio social reportaba por lo que su desmantelamiento ha supuesto un efecto multiplicador inimaginable.

Obviamente la violencia no ha desaparecido por completo de nuestras sociedades ni mucho menos de todo el mundo, pero sí que se ha reducido a niveles que hace unas décadas nos hubieran parecido una auténtica utopía, y sobre todo hemos logrado disponer de un sistema que nos permite ejercer la legítima defensa sin producir daños a las personas.

No somos ingenuos: seguimos entrenando, auditando y ensayando simulacros de crisis. Pero cambió la pregunta. Ya no nos preguntamos “¿cómo ganar?”, sino “¿cómo cuidar sin matar y cómo salir antes de que nos trague la espiral?”. Cuando cerramos una misión, cuando un corredor se mantiene abierto, cuando una familia cruza la frontera y a las 48 horas ya tiene escuela, médico y una Comba que la acoge, sé que no fue magia: fue política con reglas, tecnología al servicio de la vida y una comunidad que aprendió que defender es, ante todo, sostener.

Como siempre, me despido con lo que ha es el lema de esta serie de artículos: la realidad existió primero en la imaginación y el deseo.

El mundo laboral en la Biopolis Cantábrica de 2046

En esta cuarta entrega de la serie, hoy toca el trabajo. Me seguís preguntando si aquí “hay empleo”, si existen “puestos fijos” o “contratos indefinidos”, si la Biopolis decide en qué tenemos que trabajar cada cual, etc.

Para contestaros, qué mejor que contaros cómo ha ido mi última semana laboral (sí, con 76 años sigo en activo, y lo hago voluntaria y gustosamente, no por necesidad ya que podría perfectamente estar “jubilado”)

El lunes tuve turno de Servicio Básico Comunitario en la Oficina Jurídica de mi Comba. Revisamos contratos sencillos —alquileres de talleres, acuerdos de cuidados— para que todo quede claro, con cuentas abiertas, lenguaje llano y encaje en los estatutos ecosociales. Siempre la mejor cláusula es una que cualquiera puede entender.

El martes subí a un Consorcio de Misión que prepara la electrificación de la logística costera. Ayudé a redactar su “mandato de misión”: objeto, límites y métricas de éxito en Codos, más la obligación de publicar resultados bajo licencias recíprocas.

Miércoles. Día de Comba. Escuchamos a carpinteras, makers y a la Unidad de Producción Comunitaria de alimentación para ajustar turnos, detectar cuellos de botella y priorizar mejoras locales de forma que todo quede trazado; la deliberación es parte del trabajo.

Jueves. Mediación restaurativa entre un estudio creativo y una microfábrica por unos desacuerdos por uso de datos del gemelo ecosocial. Conseguimos cerrar con pautas de transparencia y acceso proporcional de manera que no haya “ganadoras y perdedoras” sino compromisos útiles y verificación.

Cada día he trabajado entre 2 y 5 horas máximo, con tiempo suficiente para respirar, pasear, navegar un rato y un par de horas al dí para mi Iniciativa Propia: una guía viva de contratos comprensibles para Iniciativas de Interés Ciudadano que quiero publicar en abierto porque aquí el conocimiento que mejora el sistema se comparte por defecto.

Como ya habréis podido intuir, ahora toda persona aporta a la comunidad a través de dos cauces que conviven sin problema: Servicio Básico Comunitario (SBC) e Iniciativa Propia (IP). El SBC es la columna vertebral que asegura lo esencial: agua, energía, alimentación, transporte, cuidados, educación, sanidad… es decir, todo lo que la Biopolis garantiza universalmente. La IP es el espacio de libertad para crear, investigar, emprender, diseñar artefactos o servicios no básicos, o sumarse a un Consorcio de Misión. En ambos casos, el objetivo no es el “beneficio” sino el resultado comunitario y su impacto en Codos y bienestar.

Aquí cada cual contribuye según sus posibilidades y preferencias, con adaptaciones en todo lo que sea necesario para la salud, la edad y los cuidados. Esta fue una decisión fundacional de la Biopolis.

Para organizarnos el tiempo, el calendario gira en ciclos de 28 días y cada ciclo trae entre 12 y 18 turnos de 3 horas (flexibles por oficio) de SBC, coordinados para cubrir picos sin quemar a nadie; días abiertos para proyectos propios, consorcios, estudio, arte o descanso activo; y días Comba es decir, espacios de deliberación y aprendizaje en tu comunidad de base, donde también se priorizan necesidades locales y se revisa cómo va todo.

El reparto no es rígido: madres y padres recientes, personas con enfermedades, mayores, o quienes asumen jornadas de cuidados reconocidas, adaptan el peso SBC/IP con total respaldo y créditos de cuidado que cuentan como contribución. La Intendencia facilita sustituciones y reservas automáticas para que nadie tenga que “pedir permiso para vivir”.

Ahora todos tenemos un pasaporte de capacidades que incluye nuestros saberes formales, experiencia, afinidades, limitaciones y ritmos preferidos. Está en nuestra wallet cívica y se alimenta de tres fuentes: de los proyectos realizados y su aporte en variación de Codos (reducciones de impacto o mejoras de eficiencia), de las validaciones entre pares y auditorías de “Combas”, y de los módulos de aprendizaje vividos en rotaciones SBC o en Iniciativas de Interés Ciudadano.

La IA orquestadora (software libre y auditable, por mandato de la Biopolis) sugiere emparejamientos entre personas, turnos y misiones; pero nada ocurre sin consentimiento humano. Los algoritmos son explicables y revisables por la Asamblea y la Junta de Garantías; además, se auditan por muestreo ciudadano.

Lo que antes llamábamos “sindicatos” evolucionó a los Gremios de Bien Común: colectivos abiertos por oficio y propósito. No negocian salarios (eso está normado para todos), sino reglas de oficio, seguridad, ergonomía, cargas máximas, itinerarios de aprendizaje y estándares de cuidados. Su poder es real ya que formulan vetos técnicos cuando detectan riesgos sistemáticos y proponen rediseños de procesos antes de que un problema haga daño. La Junta de Garantías incorpora a sus mesas a estos gremios cuando toca revisar límites ecosociales.

Los “puestos” jerárquicos también se desvanecieron. Trabajamos por roles en misiones de duración definida lo que significa que una semana puedes ser responsable de turno en una Unidad de Producción Comunitaria y, al siguiente ciclo, integrarte como diseñadora en un Consorcio que prototipa redes mareomotrices para puertos pesqueros. El cambio no es caótico: lo sostiene un gemelo ecosocial del territorio y de los procesos, que recalcula capacidades y necesidades en tiempo real y simula escenarios antes de autorizar despliegues a escala.

Para disolver la frontera entre trabajo y formación existen los Contratos de Aprendizaje Reversible que consisten en que entras en un equipo con rol junior, contribuyes desde el primer día y rotas por estaciones clave; si el oficio no te encaja, revertimos el itinerario sin estigma ni penalización. La evaluación es narrativa y colectiva con objetivos de impacto, bitácoras de error (sí, se premia el error bien documentado) y con círculos restaurativos cuando algo sale mal.

Para asegurar el cuidado, el descanso y los ritmos humanos del trabajo tenemos ventanas de silencio (sin notificaciones), límites estrictos a la exposición a turnos nocturnos, y licencias de respiración obligatorias tras misiones intensas. No medimos heroicidades de 80 horas, medimos continuidad saludable. La ergonomía dejó de ser “prevención” y pasó a ser diseño primero: robots blandos para tareas de carga, exoesqueletos comunitarios bajo reserva, y puestos con realidad mixta que evitan fatiga y lesiones. La meta es que a los 76 sigas queriendo aportar —os escribe alguien que lo certifica—.

Además existe un bazar de turnos público donde intercambiamos bloques SBC entre vecinas y vecinos, con reglas de prudencia para que nadie acumule horas malsanas ni renuncie crónicamente a su IP. Por ejemplo si tomas turnos de otra persona que cuida, ambos recibís reconocimiento en Codos de cuidado y todo movimiento queda trazado y auditado por las Combas.

Cuando aparecen tensiones (porque aparecen), activamos círculos restaurativos mediados por personas formadas de la comunidad y, si procede, por un panel mixto Asamblea–Gremio–Intendencia. Los conflictos no se barren debajo de la alfombra sino que se transforman. Si hubo daño, se repara con tiempo, mentoría o rediseño de procesos y si hubo abuso, hay sanciones claras, incluida la inhabilitación temporal o incluso definitiva para ciertos roles.

Lo que no tenemos es “paro” como antes. Cuando una línea o actividad deja de ser necesaria, no despedimos a nadie sino que organizamos una transición. La IA orquestadora ofrece nuevas misiones y el fondo de rotación garantiza continuidad mientras te re-aprendes de modo que la comunidad no te pregunta “¿en qué trabajas?”, sino “¿qué estás cuidando o creando ahora?”.

La movilidad ente distintas Biopolis es fluida ya que tu pasaporte de capacidades vale en toda la Comunidad Biopolita Europea, con equivalencias automáticas y apoyo de vivienda cuando una misión requiere desplazarte. Además el intercambio no se hace por subasta salarial, sino por necesidad ecosocial y aprendizaje mutuo.

Toda la infraestructura de trabajo es común: cloud público, IA orquestadora, repositorios abiertos, bibliotecas de piezas, laboratorios compartidos. Nada de cajas negras:  todo el código y todos los datos son auditables, con cuentas abiertas y auditorías ciudadanas por muestreo.

Como podéis ver el mundo laboral aquí no es una jaula de oro ni una jungla sino un ecosistema vivo donde el trabajo sirve a la vida y no al revés. Cuando acertamos, la Biopolis late más fuerte; cuando fallamos, aprendemos rápido y sin hundir a nadie.

Y sí, vuelvo a decíroslo: la realidad existió primero en la imaginación y el deseo.

Innovación y Bienestar en la Biopolis Cantábrica 2046

En los artículos anteriores os he contado cómo funciona el gobierno de la Biopolis Cantábrica en 2046 y también cómo hemos resuelto el manejo del dinero, las necesidades básicas y los límites del planeta, y hoy vamos a continuar un poco con esta cuestión, hablando de las empresas, la innovación y el desarrollo tecnológico.

Porque las Biopolis son espacios de un inimaginable dinamismo innovador y científico ya que existe un gran incentivo evidente: toda mejora o descubrimiento que nos permite ampliar los límites de nuestra capacidad de producir y consumir, sin alterar el equilibrio ecológico o mejorando la biodiversidad, permite que podamos ampliar también nuestro bienestar.

El mecanismo es sencillo pero muy eficaz: a quien realiza un descubrimiento que permite ampliar el volumen global de Codos que se pueden «gastar» porque se produce por ejemplo una reducción de uso de materias primas, o un mayor aprovechamiento de las existentes o una reducción de los deshechos de un proceso productivo, se le asigna directamente un 1% de esa mejora, y el 99% restante es repartido proporcionalmente a nivel mundial y luego en cada Biopolis a cada persona. Lógicamente quien realiza esos descubrimientos obtiene una cantidad muy sustanciosa de Codos.

El incremento del volumen global de Codos disponibles, permite también incrementar el límite máximo de Euros que se permite acumular así como ampliar el mínimo necesario para cubrir las necesidades básicas. De este modo el conjunto de la sociedad se beneficia de los nuevos avances y quienes los han desarrollado lo hacen en una proporción mayor.

Otro aspecto muy relevante en relación con la innovación y el progreso tecnológico es que todo descubrimiento que se produce ha de ser compartido a nivel mundial para que todas las sociedades puedan beneficiarse igualmente. La razón de esta obligación es muy obvia: cualquier descubrimiento de este tipo, de nada sirve si no es aplicado a nivel mundial y en consecuencia tampoco beneficia a sus descubridores.

Esta dinámica ha generado también toda una nueva manera de conducir las relaciones internacionales, de lo cual hablaremos más detenidamente en otro artículo.

En la práctica conviven tres tipos de organizaciones. Primero, las Unidades de Producción Comunitaria, que dependen de la Intendencia General y fabrican o prestan los bienes y servicios básicos con precios regulados. Su mandato es asegurar el acceso universal y operar dentro de los límites ecológicos establecidos.

Luego están las Iniciativas de Interés Ciudadano (cooperativas, talleres, microfábricas, estudios creativos, laboratorios, etc), que compiten en el espacio de productos y servicios no básicos usando Euros y con huella en Codos; aquí florece la diversidad y el gusto por lo singular.

Y en tercer lugar, los Consorcios de Misión, alianzas temporales público-comunitarias creadas para resolver desafíos concretos (por ejemplo, descarbonizar la logística costera o restaurar una cuenca). La Asamblea autoriza su misión y la Junta de Garantías verifica que sus planes respetan los límites ecosociales antes de escalar.

El gobierno interno de estas organizaciones es simple y transparente: estatutos ecosociales comunes (objetivo de servicio, métricas de bienestar y de Codos), cuentas abiertas y auditorías ciudadanas por muestreo desde las “Combas”, donde también se deliberan mejoras y se priorizan necesidades locales.

Las direcciones se eligen como hemos visto anteriormente, combinando mérito y sorteo para reducir la captura de poder y preservar la diversidad.

Como la financiación también cambió radicalmente al desaparecer los intereses, ahora el capital productivo rota a través de fondos comunitarios y contratos de precompra de la Intendencia para acelerar la industrialización de descubrimientos útiles, y en lugar de “beneficios” financieros, las iniciativas reportan “resultado comunitario”: mejora neta en Codos y satisfacción de necesidades; con eso acceden a más capacidad productiva, permisos y talento.

El talento se organiza en “pools” de competencias. Cada persona combina tiempo de servicio comunitario (cubrir lo básico) con tiempo de iniciativa (emprender, investigar, crear). La movilidad es alta: se entra y sale de consorcios por proyectos, y las “Combas” funcionan como nodos de aprendizaje continuo y orientación vocacional para jóvenes y mayores.

La retribución sigue el esquema general de la Biopolis y se complementa con Codos adicionales cuando las contribuciones generan mejoras medibles, y ¿cómo medimos esas mejoras? Con gemelos ecosociales del territorio y de los procesos productivos: modelos que actualizan en tiempo real el “coste en Codos” de materiales, energía, logística y uso. La Junta aplica reglas de prudencia: primero pilotos, después evaluación independiente y, si el “delta-Codo” es robusto, autorización para desplegar a escala.

La relación entre empresas y gobierno es de corresponsabilidad. La Asamblea marca prioridades (por ejemplo, reducir el consumo de Codos en calefacción doméstica) y lanza retos; la Intendencia provee datos, compras tempranas y estandarización; y las iniciativas compiten por resolver mejor el problema. Si el resultado amplía el “techo” de Codos o abarata lo básico, sube el umbral de cobertura para todo el mundo y, con ello, el bienestar compartido.

Por debajo de todo, la tecnología es herramienta, no fin: IA para orquestar cadenas circulares, robótica blanda para cosecha selectiva, biofabricación para materiales regenerativos, y software libre para que cualquiera pueda replicar y mejorar. Mantener esa infraestructura digital y física es una obligación prioritaria de la Biopolis, porque sin ella el sistema no sería ni sencillo ni operativo para la ciudadanía.

Las “empresas” de 2046 son nodos de una red de innovación abierta al servicio del buen vivir dentro de los límites del planeta. Cuando aciertan, ganamos todos; cuando fallan, aprendemos rápido y sin hundir a nadie.

Y como siempre os recuerdo, la realidad existió primero en la imaginación y el deseo.

El funcionamiento del dinero en la Biopolis Cantábrica del 2046

En el anterior post os contaba cómo es la organización política hoy en día, en 2046 en nuestra Biopolis Cantábrica, y hoy os voy a contar cómo funciona algo por lo que seguro que os estáis preguntando: el dinero.

Sobre este asunto, y tras debatir mucho sobre ello, se llegó a la conclusión de que era importante tratar de mantener al máximo la operativa tradicional y la manera en la que siempre se ha manejado el dinero, aunque en el fondo, realmente lo que hoy tenemos es algo completamente diferente.

Seguimos teniendo una moneda que se sigue llamando Euro y sigue habiendo monedas físicas y billetes, aunque lo más utilizado por comodidad es el euro digital que se usa a través de nuestros móviles (que no son como los antiguos, de esto también hablaremos más adelante).

Todos los bienes y servicios básicos tienen unos precios regulados y son producidos por la Biopolis directamente. Los que no están catalogados como básicos, funcionan según la antigua idea de oferta y demanda, es decir, se pueden producir y vender libremente siempre que alguien esté en disposición de pagar el precio convenido.

A su vez, la Biopolis nos ingresa a cada persona una asignación mensual que es suficiente para poder «comprar» todas las cosas básicas que necesitamos: la comida, bebida, ropa, libros, etc. También pagamos con ello el transporte, el agua, la electricidad, internet, etc. Esta asignación es universal e incondicional. Se percibe por el hecho de ser una persona ciudadana de la Biopolis.

Además de la Asignación Ciudadana, las personas que trabajan o tienen un negocio o una actividad económica determinada, o realizan trabajos relacionados con la Intendencia o la Asamblea, etc, perciben ingresos específicos adicionales según un esquema de retribución establecido de manera general para todas las personas de la Biopolis.

Como podéis ver, seguimos utilizando la terminología de comprar, vender, precio, dinero, etc, solo por comodidad y porque de ese modo se facilitó en su día la transición al nuevo modelo, pero en realidad lo que hace la Biopolis es realizar una distribución equitativa de los bienes básicos entre la población, de manera que nadie tenga menos de lo necesario.

Pero esta es solo una de las dos caras de la moneda, porque además del Euro, hemos introducido otro mecanismo muy importante que la gente común hemos acabado llamando los «Codos» por aquello de que están relacionados en parte con los límites de CO2 que podemos emitir.

Cada producto o servicio que podemos adquirir con nuestros euros, ya sea básico o no, tiene asignado también un valor en «Codos», que resumidamente es el valor del impacto ecológico de ese bien o servicio. Cada Biopolis tiene asignado una cantidad total de «Codos» en función de diversos parámetros, como son la población, las cosas que produce y la forma de hacerlo, o lo que hace para regenerar su biodiversidad.

Cada persona recibe periódicamente una asignación de «Codos» que va subiendo o bajando en función de lo que consume o lo que hace. Por ejemplo si cultiva un pequeño huerto urbano recibe «Codos» adicionales, y cuando compra cualquier cosa, se le descuentan los «Codos» que se han estimado para ese bien.

En definitiva, para adquirir lo que necesitas o lo que quieres, has de disponer de Euros y de Codos. Todas las personas por el hecho de ser ciudadanas disponen de los Euros y los Codos suficientes para cubrir sus necesidades básicas y a partir de ahí, cada persona puede obtener más Euros y Codos según su actividad, teniendo en cuenta que los Codos están limitados a la cantidad asignada al conjunto de la Biopolis. De este modo se garantiza que la economía se mantiene siempre en los límites ecológicos y de cobertura de las necesidades básicas.

Un par de cuestiones relevantes al respecto del dinero que siguen siendo muy sorprendentes para quienes venimos de la época de los pelotazos financieros: quien tiene Euros o Codos de sobra, puede prestarlos a otras personas, pero no puede cobrar intereses por ello, por lo que ha desaparecido toda la parte puramente financiera relacionada con el dinero ya que en este nuevo sistema es totalmente innecesaria. Y por otro lado, hay que destacar que existe un límite a la acumulación de Euros, por lo que una vez alcanzado ese límite, se suspende la percepción de la Asignación Ciudadana así como del resto de retribuciones que tenga dicha persona. De todos modos, en este sistema la acumulación de dinero no reporta el más mínimo beneficio, por lo que apenas se produce.

La tecnología, en especial la IA está siendo una herramienta fundamental para poder concretar todo este sistema y hacerlo sencillo y operativo para quienes lo usan, por lo que mantenerlo en funcionamiento es una de las cuestiones básicas que debe cubrir la Biopolis.

En siguientes publicaciones seguiré explicándoos como funcionan las cosas en este 2046 y como siempre os recuerdo, la realidad existió primero en la imaginación y el deseo.

Biopolis Cantábrica, año 2046

9 de mayo de 2046, hoy hace exactamente 40 años que comencé a escribir este blog, así que aprovechando esta fecha tan redonda, voy a iniciar una serie de publicaciones contando cómo es el mundo actual en el que vivimos, porque no se parece mucho al que había al inicio de este blog y estoy convencido de que resultará de gran interés conocer los cambios que se han producido.

Antes de que todo cambiase recuerdo que había una especie de frase que decía algo así como que éramos más capaces de imaginar el fin de la humanidad que el fin del capitalismo, y efectivamente parecía que lo que teníamos entonces era lo único posible, o en todo caso versiones aún peores y más malvadas. Afortunadamente sí que fuimos capaces, no solo de imaginar, sino de construir una manera diferente de organizarnos y de convivir en sociedad, y es lo que quiero contaros en esta nueva etapa del blog.

Los acontecimientos históricos que nos han llevado al punto en el que estamos ahora son ya conocidos así que no me voy a centrar en ellos, sino en detallar lo que me parece más interesante de cómo es ahora, en 2046, la vida, la sociedad, la política, etc.

A mis 76 años, es todo tan diferente hoy en día que a veces hasta a mí se me hace dificil de creer, pero empecemos por lo básico: sigo viviendo en mi apartamento de siempre en Getxo, aunque ahora ya no existe lo que antes era el municipio de Getxo porque toda la estructura basada en municipios, provincias, comunidades autonómicas y estados se desmontó hace ya unos cuantos años, a la vista de que no se adecuaba a las necesidades actuales de la ciudadanía.

La antigua Unión Europea es ahora, en su mayor parte, la Comunidad Biopolita Europea (CBE). Se desmontaron los Estados y sus anquilosadas estructuras y se constituyó una red regiones denominadas Biopolis, cada una de las cuales incluye un área que abarca una población de entre unos diez a quince millones de personas y un territorio que tiene recursos naturales suficientes para proveer de agua, alimentación y energía a todos sus habitantes de manera autónoma.

Nosotros vivimos en la «Biopolis Cantábrica» que abarca lo que antes era la zona norte de Portugal, Galicia, Asturias, León, zona norte de Burgos, Cantabria, País Vasco, La Rioja, Navarra, Pirineos Atlanticos, Landas y parte de la Gironda. Básicamente es la zona de la costa Atlántica norte desde el Duero hasta el Garona.

A nuestro alrededor tenemos las Biopolis de Carpetania, Guadalquivia, Fontiberia y Armagnac siendo en total 48 las que componen la CBE.

Cada Biopolis y la CBE en su conjunto, garantiza a cada persona ciudadana los medios básicos para su vida: agua, alimento, alojamiento, ropa, energía, educación, sanidad, cuidados, transporte, justicia y cultura. La producción de todos estos bienes y servicios se hace de manera comunitaria y planificada, atendiendo por un lado a la cobertura de las necesidades de la población y por otro lado a poder hacerlo con el consumo de recursos que garantiza el equilibrio ecológico global. Ya no se produce con el objetivo de obtener beneficio para el capital, sino con el de cubrir las necesidades básicas y hacerlo sin sobrepasar los límites ecológicos, y cada persona que vive en la Biopolis contribuye a ello con su trabajo, en función de sus posibilidades y de sus preferencias.

En definitiva la economía se basa en lo que antaño se empezó denominando la «Economía de la Rosquilla»: el sistema ha de garantizar la cobertura de las necesidades básicas y que no se sobrepasan los limites ecológicos. Entre ambos límites es donde se juega «el partido».

Es decir, dentro de esos dos límites, la economía es totalmente libre y se ofertan diversidad de productos y servicios, más allá de los básicos y eso conlleva ciertos grados de diferencia entre la ciudadanía, pero siempre de manera que nadie quede por debajo de la cobertura de sus necesidades básicas ni por encima de lo que sea ecológicamente soportable.

Cada Biopolis tiene sus propias particularidades pero todas ellas se gobiernan con un sistema basado en la transparencia, la participación y la responsabilidad.

En la Biopolis se diferencia claramente el ámbito en el cual se toman las decisiones y aquel en el que se han de ejecutar dichas decisiones. El primero se compone de la Asamblea Ciudadana y de la Junta de Garantías Ecosociales. La Asamblea Ciudadana la componen 100 personas elegidas por sorteo y que representan fielmente la diversidad social de la Biopolis. Se sortean anualmente y se encargan de tomar las decisiones asegurando que son beneficiosas para la comunidad. Para adoptar cualquier decisión, esta debe tener menos de un 25% de rechazo de la Asamblea.

La Junta de Garantías Ecosociales está compuesta por otras 100 personas, seleccionadas también por sorteo, pero en este caso solo entre aquellas personas que cumplen unos determinados requisitos de conocimiento y experiencia que se han prefijado por parte de la Asamblea. Es una especie de consejo de personas sabias, en su mayor parte personas con saberes en ciencias, tecnologías, leyes, etc. La Junta de Garantías tiene la función de analizar cada decisión adoptada por la Asamblea y asegurar que lo acordado no implica sobrepasar los límites ecológicos ni dejar a parte de la comunidad sin la cobertura de sus necesidades básicas. Si un 35% de los miembros de la Junta consideran que una decisión de la Asamblea sobrepasa esos límites, la pueden vetar y devolver con las oportunas sugerencias para una nueva deliberación.

Además de la Asamblea Ciudadana y la Junta de Garantías Ecosociales, existen lo que denominamos los procesos consultivos, que pueden ser a su vez decisorios o deliberativos. Los pueden convocar la Asamblea Ciudadana a su criterio y tienen diferente objetivo según el tipo: los deliberativos tienen por objeto consultar a la Biopolis sobre posibles soluciones a una cuestión sobre la que esté trabajando la Asamblea. En este caso el proceso se desarrolla mediante sesiones de formación y de proposición de ideas que se realizan en las Comunidades de Base (a las que llamamos «Combas» de manera coloquial) y que son comunidades de unas 150 personas que se utilizan para la educación cívica, formación para la comunidad, apoyo mutuo, etc. Los resultados de los debates en las «Combas» se recopilan y se remiten a la Asamblea para que las tenga en consideración.

En el caso de las Consultas decisorias, la Asamblea lo que solicita a la ciudadanía es una opinión sobre una propuesta concreta. Dicha propuesta es enviada a todas las personas y se realizan exposiciones y debates en las «Combas», para finalmente procederse a una votación digital en la que cada persona indica si está de acuerdo con la propuesta, si no está totalmente de acuerdo pero puede aceptar que salga adelante o si está totalmente en contra y quiere ejercer el veto contra la misma. El resultado es tomado en consideración por la Asamblea, y en especial si tiene más de un 25% de vetos.

Para la estructura ejecutiva denominada Intendencia General, se utiliza un sistema que combina la meritocracia, la elección y el sorteo: Para formar parte de la Intendencia, hay que cumplir una serie de requisitos de conocimiento y experiencia. Las personas que cumplen dichos requisitos, pueden presentarse si quieren a los distintos puestos de la Intendencia y toda la ciudadanía vota cada dos años a un máximo de 10 personas para cada puesto. Para la elección final de la persona que desempeñará el puesto, se realiza un sorteo entre las 5 personas que más votos han recibido.

Por otro lado, toda la estructura de personal profesional que se requiere para el funcionamiento de la Intendencia General (lo que antes era la administración pública, el funcionariado), se selecciona mediante un sistema que también combina meritocracia y sorteo.

El objetivo último de todos estos mecanismos es garantizar que las decisiones que toma la Biopolis tienen amplísimo respaldo social, no sobrepasan los limites establecidos y son llevadas a cabo de manera profesional y en beneficio del conjunto de la comunidad.

En próximas publicaciones os contaré cómo funciona todo el tema del trabajo, de la vivienda, del dinero, los viajes, y todo lo que queráis saber, y recordad que la realidad existió primero en la imaginación y el deseo.