La crisis climática y la destrucción masiva de la biodiversidad nos ha enseñado con gran sufrimiento que las fronteras ficticias que hemos establecido no nos protegen de los eventos catastróficos ni de las migraciones masivas, así que cooperamos con nuestros vecinos por propia supervivencia y por una nueva consciencia de que realmente estamos todos en el mismo barco, navegando por el espacio y lo que sucede a nuestros vecinos nos afecta completamente.
Por eso liberamos de inmediato todo nuevo descubrimiento científico y tecnológico, productivo o del tipo que sea. Todo se comparte para beneficio de todas las sociedades y por ende del conjunto de la humanidad, lo cual va en nuestro propio beneficio también.
Colaboramos muy activamente, especialmente con nuestros vecinos para garantizar su estabilidad, sus necesidades básicas y ayudarles con conocimiento, con personal experimentado e incluso con recursos cuando es necesario. No hay competición ya que de nada sirve ser “mejor” que otra sociedad si no conseguimos que repercuta globalmente.
No todas las sociedades vecinas son pacíficas y amistosas. Algunas siguen ancladas en sistemas más propios del viejo capitalismo, pero no interferimos con ellas. Las tratamos igual que al resto y les ofrecemos libremente nuestro conocimiento y nuestra ayuda, si así lo desean.
En las Biopolis no tenemos ejércitos profesionales equipados para la destrucción de los enemigos. Se ha realizado un importante trabajo de desmilitarización de la sociedad, tanto a nivel material como cultural y el resultado es una manera de entender las relaciones con otras sociedades que pasa necesariamente por la cooperación y la ayuda, incluso aunque “el otro” no aplique los mismos principios de manera recíproca.
Todas las armas de fuego han sido proscritas y ya no se fabrican de ningún tipo. Tampoco aviones, barcos, tanques, bombas, misiles, drones ni nada con fines militares, por una razón muy sencilla y es que se han convertido en chatarra completamente inútil gracias al descubrimiento de los Pulsos de Neutralización Neuro-Electromagnética Temporal, las comúnmente llamadas “Ondas Gallas” en honor a su descubridor, El Dr. Gallastegi, un científico precisamente de nuestra Biopolis.
Las “Gallas” producen un doble efecto, en las cosas y en las personas: en las cosas simplemente las inutiliza completa pero temporalmente. No las daña, simplemente las desactiva. Cualquier cosa que tenga el más mínimo componente electrónico, queda desactivada con una onda Gallas.
En las personas produce un efecto similar: las “desactiva” sin dañarlas, es decir, les produce un aturdimiento repentino e irremediable que provoca una especie de desmayo, y que no tiene ningún efecto secundario posterior, salvo una especie de paréntesis mental durante el tiempo que dura dicho desmayo que son unos minutos, suficientes para impedir que la persona agreda o utilice un arma no electrónica.
Disponemos de dispositivos de ondas Gallas tanto de uso individual para las labores de seguridad interna de la Biopolis, como de sistemas de defensa a nivel de territorio.
Estos sistemas funcionan con un tipo de IA que está expresamente diseñada para evitar su uso salvo en situaciones de legítima defensa, con sistemas de control redundantes y autorización humana final. Además cuando se ha activado, queda totalmente registrado y trazado lo que ha sucedido, cómo, cuándo, quién y por qué se ha activado, de manera que sea externamente auditable.
El descubrimiento de las ondas Gallas no fue fruto de un golpe de suerte, sino de un esfuerzo colectivo y totalmente enfocado. La Asamblea Ciudadana lanzó un proyecto global para disponer de una herramienta no letal que permitiera las labores de defensa exterior y mitigación de la violencia en el interior. Los recursos invertidos fueron ingentes, pero el resultado era obvio que compensaría ya que permitiría a la Biopolis redirigir cantidades enormes de profesionales y de recursos materiales desde la industria militar hacia otras actividades mucho más necesarias. Además, el aparato militar era uno de los elementos que más Codos consumía y menos beneficio social reportaba por lo que su desmantelamiento ha supuesto un efecto multiplicador inimaginable.
Obviamente la violencia no ha desaparecido por completo de nuestras sociedades ni mucho menos de todo el mundo, pero sí que se ha reducido a niveles que hace unas décadas nos hubieran parecido una auténtica utopía, y sobre todo hemos logrado disponer de un sistema que nos permite ejercer la legítima defensa sin producir daños a las personas.
No somos ingenuos: seguimos entrenando, auditando y ensayando simulacros de crisis. Pero cambió la pregunta. Ya no nos preguntamos “¿cómo ganar?”, sino “¿cómo cuidar sin matar y cómo salir antes de que nos trague la espiral?”. Cuando cerramos una misión, cuando un corredor se mantiene abierto, cuando una familia cruza la frontera y a las 48 horas ya tiene escuela, médico y una Comba que la acoge, sé que no fue magia: fue política con reglas, tecnología al servicio de la vida y una comunidad que aprendió que defender es, ante todo, sostener.
Como siempre, me despido con lo que ha es el lema de esta serie de artículos: la realidad existió primero en la imaginación y el deseo.