Hace mucho, mucho tiempo, en un páis muy lejano, los ríos y los lagos y los pozos eran de particulares. Sí, ya se que parece increíble, pero resulta que el agua no era de todos, sino que era de propiedad privada.
En consecuencia, para tener agua potable en casa tenías que comprar o alquilar una tubería de abastecimiento, que nacía de un trozo de río, de lago o de un pozo de un particular.
Al principio la mayoría de la gente alquilaba su tubería, y si al cabo de un tiempo se cambiaba de casa, pues no pasaba nada, alquilaba otra tubería y no tenía problema ninguno ya que había muchas tuberías para alquilar.
Sin embargo, con el tiempo la gente empezó a creer que alquilar la tubería era tirar el dinero, y que era mucho mejor ser propietario de la tubería, porque de esa manera tenías el futuro asegurado, se decía.
Los bancos inventaron un sistema por el cual te prestaban dinero que tú ibas devolviendo durante 10 años o más, con intereses: le llamaban «tuboteca», y gracias a ella mucha gente pudo hacerse propietaria de su tubería, aunque tuvo que pagar cantidades enormes de dinero.
La gente fue prosperando y muchos empezaron a comprar una segunda tubería para el verano, con agua más fresca, agua de manantial. Sólo la usaban un par de meses al año, pero aún así era una buena inversión, porque las tuberías nunca bajaban de precio: «invertir en cobre es lo más seguro y rentable», se decía
También muchas personas de otros países empezaron a comprar tuberías para llevar a sus casas aquella agua, que era muy apreciada por su frescura y limpieza. Acostumbrados al agua oscura y turbia de sus países, cuando se jubilaban decidían comprarse una tubería de agua cristalina de aquel país para disfrutar hasta el final.
La demanda de tuberías crecía y crecía y los dueños de los trozos de río de los que salían las tuberías cada vez pedían más dinero por ellas. Gracias a dios los bancos comprendieron la situación y alargaron el plazo de las tubotecas hasta los 50 años para que la gente pudiera pagar las cantidades que les pedían por las tuberías.
Lógicamente, la gente joven, para irse a vivir a sus casas, tenía que comprar una tubería de abastecimiento de agua, pero eran tan sumamente caras que la mayoría no podía, si no era con hipotecas enormes.
Eso sí, la administración tenía toda una legislación específica para regular el aprovechamiento que cada uno podía hacer de su trozo de río, de lago o de acuifero subterraneo: cada trozo tenía asignado un número de tuberías que podían coger agua de ellos, siempre que previamente se hubiese acondicionado adecuadamente para tal fin.
Cuantas más tuberías te dejase poner el ayuntamiento en tu trozo de río, más dinero podías ganar vendiendolas, por lo que más dinero valía tu pedacito de río. Esto generaba a menudo casos de corrupción porque algunos políticos aprovechados aumentaban el número de tuberías que podían salir del trozo de río de sus amigos a cambio de pasta.
Como el acceso a las tuberías estaba más difícil cada vez, el Gobierno decidió que había que instalar TPO, Tuberías de Protección Oficial, es decir, unas tuberías, igualitas que las demás, pero cuyo precio estaba limitado por ley, y lógicamente eran mucho más baratas que las tuberías libres.
Los propietarios de los ríos y los constructores de tuberías se enfadaron muchísimo, porque lógicamente, al tener que vender tan baratas las TPO dejaban de ganar mucho dinero, y decían que cuantas más tuberías de protección oficial tenían que sacar de cada trozo de río, más caras eran las tuberías libres.
También había muchas tuberías vacías, que la gente había comprado sólo para venderlas al cabo de un tiempo más caras, o para cuando los hijos fuesen mayores, y se montó un gran debate sobre si era lógico que hubiese tantas tuberías vacías, habiendo tanta necesidad. Se intentaron poner impuestos sobre esas tuberías vacías, pero los gobiernos no se ponían de acuerdo.
Se inventaron todo tipo de sistemas, el del «agente tuberizador», la ley de agua, que distiguía los ríos y lagos entre tuberizados, tuberizables y protegidos, para intentar valorarlos de una forma más razonable; la cesión a las instituciones del 10% de los aprovechamientos tuberiles de cada trozo de río; había grandes debates entre los tuberistas más expertos del país sobre cómo se podían atajar todos los problemas del tuberismo y del acceso de la gente a las tuberías…
Hasta que alguien dijo: ¿y si el gobierno establece que los ríos, y los lagos y los acuiferos subterraneos no son de nadie en particular, sino de todos? ¿Y si establecemos tuberías públicas para todo el mundo y las paga la comunidad a cambio de que cada cual pague el agua que consume a un precio razonable y regulado por la administración?
Se montó la de sanquintín, los propietarios de los ríos fueron hasta el tribunal de Estrasburgo, hicieron de todo, pero la gente vió con claridad que un bien de primera necesidad como era el agua no podía estar en manos privadas y en un mercado sin regulación alguna, porque la gente al final tenía que pagar todo lo que le pidieran por el agua.
Y por eso, ahora en ese país disfrutan de agua en casa por un precio razonable y el problema del acceso a las tuberías, es ya agua pasada.
Nota: este es un artículo de ficción, cualquier parecido con la realidad es pura conicidencia, y por supuesto, no se os ocurra sustituir tubería por vivienda.
Nota 2: este artículo viene a cuento de la propuesta de CCOO de intervenir el mercado de la vivienda, tema del que ya hablamos también en otro post hace meses.