Quien llegue por primera vez a esta serie podría pensar que todo empezó con una gran ley o con una máquina milagrosa. En realidad, el giro se produjo cuando entendimos que ninguna institución por sí sola podía sostener el doble anillo de la Rosquilla —garantizar lo básico sin desbordar los límites ecológicos— si la sociedad organizada y la ciudadanía no movían al tiempo sus propias piezas. El capítulo anterior narró el arranque político de la transición, desde la Revolución del Micelio hasta el efecto dominó del Plan Greta, y presentó su triple armazón que en Euskadi se denominó como Plan Nagusi (instituciones), Plan Zabala (sociedad organizada) y Plan Zehatza (personas y hogares). Para quien no leyera aquel capítulo, baste con esta brújula: Nagusi abre la puerta y asegura el marco; Zabala llena de músculo cooperativo el esqueleto; Zehatza convierte el cambio en hábitos cotidianos que no dependen de heroicidades. Lo sorprendente fue comprobar que ninguna de las tres piezas funciona sin las otras dos. El resultado no fue un decreto, fue una coreografía.
Para situar el motivo profundo de Zabala y Zehatza conviene recordar dos decisiones fundacionales. La primera, política: la soberanía de lo común descansa en una Asamblea sorteada que decide con consentimiento amplio y una Junta de Garantías que veta lo que daña la biosfera o deja a alguien bajo el umbral de suficiencia. La segunda, material: además de los Euros, incorporamos los Codos, una contabilidad honesta del impacto, que pone precio en límites a cada acción y recompensa cualquier mejora que, de forma verificable, amplíe el margen seguro del sistema. Con esa doble regla en la cabeza se entiende por qué los planes “de fuera hacia adentro” —leyes, compras públicas, banca de rotación sin interés, fideicomiso del hábitat, nube cívica— necesitaban un espejo “de dentro hacia fuera”: gremios que rehacen sus oficios con cuentas abiertas, medios que sustituyen ruido por contexto, cooperativas que hacen del contrato de precompra la nueva normalidad, y vecindarios que convierten una tarde al mes de Servicio Básico Comunitario en el cemento de la convivencia.
El Plan Nagusi, ya desplegado en el capítulo anterior, fijaba el suelo institucional para que nada esencial quedara al albur del mercado ni de la buena voluntad. Pero Nagusi era, por diseño, un tronco sin ramas si Zabala no articulaba la sociedad organizada en torno a misiones compartidas y si Zehatza no activaba la potencia humilde del día a día.
Zabala es el pacto de la sociedad organizada con la transición. Nace donde se encuentran la ética profesional y el interés bien entendido de quienes producen, comunican, cultivan, diseñan o cuidan. Su fuerza estuvo en tres rasgos: eligió misiones concretas (no consignas vagas), asumió la transparencia como estándar técnico —las “cuentas abiertas” que hoy dan confianza donde antes había sospecha— y compartió resultados con licencias recíprocas para que lo útil se multiplicara. Esa combinación convirtió a gremios, universidades, clústeres y movimientos en una sola red de aprendizaje, con métricas de Codos que separaron la retórica de la mejora real. Con ese enfoque, el plan se articuló así:
1.- Gremios de Bien Común por oficios. Sindicatos, colegios profesionales y asociaciones empresariales, voluntariamente se reúnen para configurar los Gremios del Bien Común con el objetivo de adoptar medidas conjuntas que encajen las actividades económicas respectivas entre os límites de “la rosquilla”.
2-. Pacto de la Economía Social y Solidaria por las “cuentas abiertas”. Cooperativas, asociaciones, ONG, y fundaciones voluntariamente adoptan contabilidad pública estandarizada y licencias recíprocas en proyectos financiados, para elevar la confianza social y acelerar la reutilización de soluciones útiles.
3.- Red de Consorcios de Misión con universidades y FP. Campus, centros de FP y laboratorios ciudadanos se alinean en misiones concretas (p. ej., envolventes de madera local, agrovoltaica ligera, gemelos ecosociales de cuenca) con resultados compartidos y métricas de “Codos” ahorrados, preparando la regla 1% de mejora para quien aporte avances.
4.- Medios comunitarios y radios de Comba federadas. Creación de una malla de micromedios con “hoja de servicio” (fuentes, datos, coste en Codos) y moderación restaurativa, que alimenten el Patio Federado y sustituyan prácticas adictivas por contexto y trazabilidad.
5.- Pacto Alimentario Vasco. Cooperativas agrarias, cofradías, cocineras y consumidores firman contratos de precompra, bancos de semillas locales, circuitos de fermentación y conservas, y cocinas por barrio para garantizar menús normocalóricos y de estación, con participación ciudadana en turnos SBC.
6.- Alianzas industriales para circularidad real. Clústeres industriales pactan pasaportes de materiales, reutilización de calor residual y gemelos ecosociales de plantas piloto para medir “delta-Codo” antes de escalar.
7.- Acuerdo por el Hábitat Digno. Colegios profesionales, cooperativas y movimientos de vivienda priorizan rehabilitación profunda frente a obra nueva, plantillas de contrato comprensibles y mediación restaurativa para conflictos de convivencia, preparando el régimen de derecho de uso.
8.- Carta Ética Digital compartida. Universidades, medios y plataformas locales asumen una carta que prohíbe explotación de datos y publicidad conductual, exige algoritmos explicables y auditable el cloud público, y establece ventanas de silencio por defecto.
9.- Círculos restaurativos como respuesta preferente a conflictos. Juzgados de paz, colegios de abogacía, servicios sociales y asociaciones implementan dispositivos restaurativos para conflictos leves y de vecindad, con guías claras y plantillas de acuerdo reutilizables, descargando burocracia y entrenando habilidades sociales hoy.
10.- Federación vasca de Combas. Las Combas se federan para compartir metodologías, actas y agendas y activar auditorías ciudadanas por muestreo de cuentas públicas y contratos. Este músculo cívico es el antídoto contra la captura y permite que el sistema aprenda.
Si Zabala es el marco compartido de las organizaciones, Zehatza es el pacto íntimo con el que cada quien ensambla su vida a esa arquitectura. Nació de una convicción sobria: no hay transición sólida si el día a día de las personas se vive como sacrificio sin sentido. Por eso Zehatza evitó el catecismo y, en su lugar, propuso diez gestos con impacto alto y verificable, diseñados para encajar en agendas reales, medibles en Codos y anclados en comunidad.
1.- Participar en una Comba y cumplir un turno mensual: una tarde al mes en cocina de barrio, reparto en bici, huerta urbana o mediación vecinal. El tiempo comunitario es el cemento de la transición.
2.- Reducir drásticamente la carne y elegir proteína de pasto rotacional o vegetal local: Menos cantidad, mucha más calidad y trazabilidad. Cada compra es un voto por el mosaico agroecológico que necesitamos y contra la agroindustria intensiva.
3.- Moverse a pie, en bici o en transporte público y renunciar al segundo coche y al avión: El ahorro en emisiones, suelo urbano y dinero es inmediato, y acelera la “ciudad de 15 minutos” que el plan institucional va a desplegar.
4.- Cambiar el contrato energético a una comunidad local y participar en su asamblea: Comunidades solares/baterías de barrio con gobernanza abierta.
5.- Adoptar “cuentas abiertas” en lo que puedas: si eres autónoma, cooperativista o profesional, publicar precios, costes y criterios fortalece la confianza y educa en transparencia, base del modelo productivo Biopolis.
6-. Pasarte a banca ética o pública y exigir “no interés” en proyectos de misión: tu ahorro es palanca. Moverlo a entidades que financian transición sin usura acerca el Fondo de Rotación del Plan Nagusi a la vida cotidiana.
7.- Practicar reparación y segunda vida de objetos: unirte al banco de herramientas, talleres de reparación y bibliotecas de objetos del barrio. Reducir demanda material hoy es ganar Codos para mañana.
8.- Adaptar voluntariamente el cómputo de Codos: conocer cuanto impacta mi actividad para aprender a encajarla en los límites del ecosistema.
9.- Alfabetización ecosocial y digital básica: aprender a leer una factura energética, un mapa de cuenca, una licitación pública y el “por qué” de una recomendación algorítmica. La Biopolis funciona porque la gente entiende lo que decide.
10.- Exigir y practicar conversación con contexto, no con grito: abandonar las redes adictivas y moverse al Patio Federado local, donde toda afirmación pública viaja con sus datos y su rastro de decisiones. La salud mental y democrática lo agradece.
La lógica de Zehatza fue siempre doble: sumar acciones con efecto inmediato y, a la vez, educar el músculo cívico para sostener decisiones más exigentes cuando hiciera falta. Zabala y Zehatza dieron, juntos, el sentido que a veces le falta a la gran política. Convirtieron el “qué” institucional en un “cómo” practicable y digno, y lograron que el cambio se pareciera a la vida de la gente, no a un decreto que cae desde arriba. Si hoy alguien abre por primera vez este proyecto y se pregunta por qué funcionó, la respuesta está aquí: porque cada oficio, cada barrio y cada persona encontraron su papel reconocible y medible; porque nada importante quedó sin trazabilidad; porque el conocimiento útil se compartió por defecto; y porque la conversación pública dejó de ser una máquina de ansiedad y volvió a ser un trabajo con reglas y con rostro. El resto —las leyes, las infraestructuras, las herramientas— encajó en estos dos planes como la mano en el guante. Y así la transición dejó de ser una promesa y empezó a ser un cotidiano razonable que podemos mirar de frente.