En esta cuarta entrega de la serie, hoy toca el trabajo. Me seguís preguntando si aquí “hay empleo”, si existen “puestos fijos” o “contratos indefinidos”, si la Biopolis decide en qué tenemos que trabajar cada cual, etc.
Para contestaros, qué mejor que contaros cómo ha ido mi última semana laboral (sí, con 76 años sigo en activo, y lo hago voluntaria y gustosamente, no por necesidad ya que podría perfectamente estar “jubilado”)
El lunes tuve turno de Servicio Básico Comunitario en la Oficina Jurídica de mi Comba. Revisamos contratos sencillos —alquileres de talleres, acuerdos de cuidados— para que todo quede claro, con cuentas abiertas, lenguaje llano y encaje en los estatutos ecosociales. Siempre la mejor cláusula es una que cualquiera puede entender.
El martes subí a un Consorcio de Misión que prepara la electrificación de la logística costera. Ayudé a redactar su “mandato de misión”: objeto, límites y métricas de éxito en Codos, más la obligación de publicar resultados bajo licencias recíprocas.
Miércoles. Día de Comba. Escuchamos a carpinteras, makers y a la Unidad de Producción Comunitaria de alimentación para ajustar turnos, detectar cuellos de botella y priorizar mejoras locales de forma que todo quede trazado; la deliberación es parte del trabajo.
Jueves. Mediación restaurativa entre un estudio creativo y una microfábrica por unos desacuerdos por uso de datos del gemelo ecosocial. Conseguimos cerrar con pautas de transparencia y acceso proporcional de manera que no haya “ganadoras y perdedoras” sino compromisos útiles y verificación.
Cada día he trabajado entre 2 y 5 horas máximo, con tiempo suficiente para respirar, pasear, navegar un rato y un par de horas al dí para mi Iniciativa Propia: una guía viva de contratos comprensibles para Iniciativas de Interés Ciudadano que quiero publicar en abierto porque aquí el conocimiento que mejora el sistema se comparte por defecto.
Como ya habréis podido intuir, ahora toda persona aporta a la comunidad a través de dos cauces que conviven sin problema: Servicio Básico Comunitario (SBC) e Iniciativa Propia (IP). El SBC es la columna vertebral que asegura lo esencial: agua, energía, alimentación, transporte, cuidados, educación, sanidad… es decir, todo lo que la Biopolis garantiza universalmente. La IP es el espacio de libertad para crear, investigar, emprender, diseñar artefactos o servicios no básicos, o sumarse a un Consorcio de Misión. En ambos casos, el objetivo no es el “beneficio” sino el resultado comunitario y su impacto en Codos y bienestar.
Aquí cada cual contribuye según sus posibilidades y preferencias, con adaptaciones en todo lo que sea necesario para la salud, la edad y los cuidados. Esta fue una decisión fundacional de la Biopolis.
Para organizarnos el tiempo, el calendario gira en ciclos de 28 días y cada ciclo trae entre 12 y 18 turnos de 3 horas (flexibles por oficio) de SBC, coordinados para cubrir picos sin quemar a nadie; días abiertos para proyectos propios, consorcios, estudio, arte o descanso activo; y días Comba es decir, espacios de deliberación y aprendizaje en tu comunidad de base, donde también se priorizan necesidades locales y se revisa cómo va todo.
El reparto no es rígido: madres y padres recientes, personas con enfermedades, mayores, o quienes asumen jornadas de cuidados reconocidas, adaptan el peso SBC/IP con total respaldo y créditos de cuidado que cuentan como contribución. La Intendencia facilita sustituciones y reservas automáticas para que nadie tenga que “pedir permiso para vivir”.
Ahora todos tenemos un pasaporte de capacidades que incluye nuestros saberes formales, experiencia, afinidades, limitaciones y ritmos preferidos. Está en nuestra wallet cívica y se alimenta de tres fuentes: de los proyectos realizados y su aporte en variación de Codos (reducciones de impacto o mejoras de eficiencia), de las validaciones entre pares y auditorías de “Combas”, y de los módulos de aprendizaje vividos en rotaciones SBC o en Iniciativas de Interés Ciudadano.
La IA orquestadora (software libre y auditable, por mandato de la Biopolis) sugiere emparejamientos entre personas, turnos y misiones; pero nada ocurre sin consentimiento humano. Los algoritmos son explicables y revisables por la Asamblea y la Junta de Garantías; además, se auditan por muestreo ciudadano.
Lo que antes llamábamos “sindicatos” evolucionó a los Gremios de Bien Común: colectivos abiertos por oficio y propósito. No negocian salarios (eso está normado para todos), sino reglas de oficio, seguridad, ergonomía, cargas máximas, itinerarios de aprendizaje y estándares de cuidados. Su poder es real ya que formulan vetos técnicos cuando detectan riesgos sistemáticos y proponen rediseños de procesos antes de que un problema haga daño. La Junta de Garantías incorpora a sus mesas a estos gremios cuando toca revisar límites ecosociales.
Los “puestos” jerárquicos también se desvanecieron. Trabajamos por roles en misiones de duración definida lo que significa que una semana puedes ser responsable de turno en una Unidad de Producción Comunitaria y, al siguiente ciclo, integrarte como diseñadora en un Consorcio que prototipa redes mareomotrices para puertos pesqueros. El cambio no es caótico: lo sostiene un gemelo ecosocial del territorio y de los procesos, que recalcula capacidades y necesidades en tiempo real y simula escenarios antes de autorizar despliegues a escala.
Para disolver la frontera entre trabajo y formación existen los Contratos de Aprendizaje Reversible que consisten en que entras en un equipo con rol junior, contribuyes desde el primer día y rotas por estaciones clave; si el oficio no te encaja, revertimos el itinerario sin estigma ni penalización. La evaluación es narrativa y colectiva con objetivos de impacto, bitácoras de error (sí, se premia el error bien documentado) y con círculos restaurativos cuando algo sale mal.
Para asegurar el cuidado, el descanso y los ritmos humanos del trabajo tenemos ventanas de silencio (sin notificaciones), límites estrictos a la exposición a turnos nocturnos, y licencias de respiración obligatorias tras misiones intensas. No medimos heroicidades de 80 horas, medimos continuidad saludable. La ergonomía dejó de ser “prevención” y pasó a ser diseño primero: robots blandos para tareas de carga, exoesqueletos comunitarios bajo reserva, y puestos con realidad mixta que evitan fatiga y lesiones. La meta es que a los 76 sigas queriendo aportar —os escribe alguien que lo certifica—.
Además existe un bazar de turnos público donde intercambiamos bloques SBC entre vecinas y vecinos, con reglas de prudencia para que nadie acumule horas malsanas ni renuncie crónicamente a su IP. Por ejemplo si tomas turnos de otra persona que cuida, ambos recibís reconocimiento en Codos de cuidado y todo movimiento queda trazado y auditado por las Combas.
Cuando aparecen tensiones (porque aparecen), activamos círculos restaurativos mediados por personas formadas de la comunidad y, si procede, por un panel mixto Asamblea–Gremio–Intendencia. Los conflictos no se barren debajo de la alfombra sino que se transforman. Si hubo daño, se repara con tiempo, mentoría o rediseño de procesos y si hubo abuso, hay sanciones claras, incluida la inhabilitación temporal o incluso definitiva para ciertos roles.
Lo que no tenemos es “paro” como antes. Cuando una línea o actividad deja de ser necesaria, no despedimos a nadie sino que organizamos una transición. La IA orquestadora ofrece nuevas misiones y el fondo de rotación garantiza continuidad mientras te re-aprendes de modo que la comunidad no te pregunta “¿en qué trabajas?”, sino “¿qué estás cuidando o creando ahora?”.
La movilidad ente distintas Biopolis es fluida ya que tu pasaporte de capacidades vale en toda la Comunidad Biopolita Europea, con equivalencias automáticas y apoyo de vivienda cuando una misión requiere desplazarte. Además el intercambio no se hace por subasta salarial, sino por necesidad ecosocial y aprendizaje mutuo.
Toda la infraestructura de trabajo es común: cloud público, IA orquestadora, repositorios abiertos, bibliotecas de piezas, laboratorios compartidos. Nada de cajas negras: todo el código y todos los datos son auditables, con cuentas abiertas y auditorías ciudadanas por muestreo.
Como podéis ver el mundo laboral aquí no es una jaula de oro ni una jungla sino un ecosistema vivo donde el trabajo sirve a la vida y no al revés. Cuando acertamos, la Biopolis late más fuerte; cuando fallamos, aprendemos rápido y sin hundir a nadie.
Y sí, vuelvo a decíroslo: la realidad existió primero en la imaginación y el deseo.
