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Importa mucho más lo que tú piensas de ti que lo que piensan de ti los demás (pero tu cerebro no lo sabe)

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Una de las características que más han contribuido a la espectacular evolución del ser humano ha sido su capacidad de colaborar a gran escala con otros seres humanos más allá de su círculo próximo familia o de grupo de confianza. Esto es algo realmente difícil de apreciar en ninguna otra especie, incluidas las más similares como primates.

El «gen social» que llevamos dentro está dirigido por la parte más antigua de nuestro cerebro, producto de dos millones de años de desarrollo (dos millones de años!!!) y que durante todo ese tiempo se ocupó de que llegásemos vivos al día siguiente, nada más y nada menos. Si bien la teoría del «cerebro reptiliano» ha caído en desuso, es cierto que en nuestro sistema cerebral operan aún, como no puede ser de otro modo, mecanismos que en nuestro entorno actual carecen de sentido pero que han sido esenciales para nuestra supervivencia durante el 99,5% del tiempo de existencia de la humanidad.

Y una de las elementos que evalúa constantemente ese mecanismo profundo es cómo estamos de integrados en nuestro grupo social. Por que desde hace millones de años, ese era el factor fundamental de supervivencia, y lo sigue siendo en parte hoy en día.

Así que nuestro mecanismo automático de supervivencia está constantemente diciéndonos que todo lo que hagamos, pensemos o sintamos que esté en sintonía con el grupo es bueno para nosotros, y todo lo que no es malo y pone en riesgo nuestra propia supervivencia.

Por eso somos capaces de hacer cosas estúpidas solo porque a nuestro alrededor otras personas las hacen. Por eso existen las modas, y las contra modas, y las «tribus urbanas» y las cuadrillas y todo el mundo trata de encontrar «su grupo» ya sea como seguidor de un equipo deportivo o como terraplanista. Obviamente la parte positiva es que también somos capaces de replicar e integrar los comportamientos más positivos, los que benefician al conjunto, nos permite una difusión del conocimiento y de la experiencia inimaginables en otras especies.

Por eso nuestro cerebro primitivo está constantemente evaluando si la opinión y la consideración de nuestro grupo es buena o no (porque de ello dependía nuestra supervivencia), y por eso nos importa tantísimo la opinión de otras personas.

Pero tenemos un problema enorme, porque nuestra sociedad ha evolucionado de manera exponencial en los últimos diez mil años, y muy especialmente en los últimos 500 años, y nuestro cerebro no ha tenido tiempo suficiente para desarrollarse al mismo ritmo.

Por eso tenemos que tomar conciencia de cuándo están operando los mecanismos de supervivencia de nuestro cerebro y nos lleva a actuar de una manera que en realidad no queremos.

Nuestros amigos estoicos no sabían nada de neurociencia, pero tenían un enorme conocimiento del comportamiento humano y sabían que aquí había un «desajuste» que solo la filosofía aplicada podría resolver:

Si quieres mejorar, debes estar dispuesto a ser ridiculizado. EPICTETO

El éxito de un insulto depende de la sensibilidad y la indignación de la víctima. SÉNECA

No deja de sorprenderme el hecho de que, aunque nos queremos más que a otras personas, valoramos más sus opiniones que las nuestras propias. MARCO AURELIO

Importa mucho más lo que tú piensas de ti que lo que piensan de ti los demás. SÉNECA

Si alguien consigue provocarte y hacer que pierdas la tranquilidad, tu mente es cómplice. EPICTETO

¿Alguien me desprecia? Ese es su problema. Mi misión es asegurar que no hago nada que merezca desprecio. MARCO AURELIO

Si alguien ofreciera tu cuerpo a un desconocido por la calle, te enfurecerías. Y sin embargo, ofreces tu mente a cualquiera para que abuse de ella, dejándola perturbada. ¿No te da vergüenza? EPICTETO

Ganarás el respeto de los demás cuando te empieces a respetar a ti mismo. MUSONIO RUFO