19 compañeros de Visesa (algunos con sus parejas) hemos pasado el fin de semana en Asturias, con el objetivo de hacer el conocidísimo «descenso del Sella», una experiencia fráncamente interesante. Además hemos aprovechado para degustar la gastronomía asturiana y para compartir unos divertidos momentos de camaradería.
Salimos el viernes por la tarde, y tras diversas anécdotas (parada en Santander para comprar la mitad de la ropa, olvidada en Getxo; algún perdido; los que no se encontraron a pesar de estar a 20 metros y al final tuvieron que salir en coches diferentes…) conseguimos reunirnos en el bonito pueblo de Tornin, en el que habíamos alquilado un par de casas rurales
Ya era tarde así que nos dispusimos a preparar una fenomenal barbacoa y a degustar los diversos vinos y licores que habíamos llevado. La noche se prolongó hasta las tantas entre risas, música y algunos descubrimientos (bebidas insólitas como la manzanilla con anis, lo que puede dar de si una linterna, o la utilidad de los abrazos)
La mañana siguiente se presento madrugadora y ligeramente lluviosa, pero el Sella nos estaba esperando. El descenso internacional del río Sella se celebra este año el 5 de agosto y además de una prueba deportiva es una gran fiesta. Pero a lo largo de todo el año se puede hacer el mismo recorrido sin tanto jaleo y con un poco más de tranquilidad.
El caso es que para las doce del mediodía ya estábamos enfundados en nuestros trajes de neopreno y con las camisetas naranjas cortesía de Euskaltel dispuestos a recibir un minicursillo de 5 minutos para aprender a remar, girar con la canoa y salir en caso de vuelco, impartido por el responsable de la empresa Sella Park, a la que habíamos alquilado el material.
El recorrido que hizimos fue de 15 kilómetros, desde Arriondas hasta la pasarela de Llovio, en un total de unas cuatro horas, con una parada para comer (empanada de bonito, bollo «preñau» y fruta) y según nos comentaron después, habría unas mil canoas haciendo el recorrido ese día, aunque un día fuerte de agosto pueden llegar a ser hasta dos mil. El descenso es bastante sencillo, no hay zonas díficiles y prácticamente cualquiera puede hacerlo (se veían muchas familas con niños, y también personas ya de cierta edad) y quizá lo peor eran las zonas en las que no había suficiente agua y era necesario tirar a pie.
En todo caso, el descenso es realmente agradable, un paisaje precioso, muy tranquilo y relajante (a pesar de las despedidas de soltero que bajaban dando tumbos) y aunque la última hora es de remar bastante, no se hace demasiado pesado.
El resto del fin de semana transcurrió entre «sidrinas», cena y un poco de juerga por Cangas de Onís y, cómo no, una buena fabada para comer el domingo de regreso a casa.