En las últimas semanas he leído varios libros de Juan Gabriel Vásquez, un escritor que me ha enamorado, y en uno de ellos que se titula «El ruido de las cosas al caer» hay un fragmento que me ha resultado especialmente inspirador y que tiene un trasfondo estoico muy refinado:
La edad adulta trae consigo la ilusión perniciosa del control, y acaso dependa de ella. Quiero decir que es ese espejismo de dominio sobre nuestra propia vida lo que nos permite sentirnos adultos, pues asociamos la adultez con la autonomía, el soberano derecho a determinar lo que va a sucedernos enseguida. El desengaño viene más pronto o más tarde, pero viene siempre, no falta a la cita, nunca lo ha hecho. Cuando llega lo recibimos sin demasiada sorpresa, pues nadie que viva lo suficiente puede sorprenderse de que su biografía haya sido moldeada por eventos lejanos, por voluntades ajenas, con poca o ninguna participación de sus propias decisiones. Esos largos procesos que acabarán por toparse con nuestra vida -a veces para darle el empujón que necesitaba, a veces para hacer estallar en pedazos nuestros planes más espléndidos- suelen estar ocultos como corrientes subterráneas, como meticulosos desplazamientos de las capas tectónicas, y cuando por fin se da el terremoto invocamos las palabras que hemos aprendido a usar para tranquilizarnos, accidente, casualidad, a veces destino. Ahora mismo hay una cadena de circunstancias, de errores culpables o de afortunadas decisiones, cuyas consecuencias me esperan a la vuelta de la esquina; y aunque lo sepa, aunque tenga la incómoda certeza de que esas cosas están pasando y me afectarán, no hay manera de que pueda anticiparme a ellas. Lidiar con sus efectos es todo lo que puedo hacer: reparar los daños, sacar el mayor provecho de los beneficios. Lo sabemos, lo sabemos bien; y sin embargo siempre da algo de pavor cuando alguien nos revela esa cadena que nos ha convertido en lo que somos, siempre desconcierta constatar, cuando es otra persona quien nos trae la revelación, el poco o ningún control que tenemos sobre nuestra experiencia.
Es una manera muy bella de escribir sobre la famosa dicotomía del control que está en la base del estoicismo y que Zenón de Citio explicaba con la siguiente metáfora:
Somos como un perro atado a una carreta tirada por dos grandes caballos percherones. La cuerda que lo une a la carreta es bastante larga como para que el perro pueda moverse con comodidad. Una vez que la carreta se pone en marcha, el perro puede luchar contra el movimiento, e intentar no avanzar, o puede comenzar a andar y aprovechar el margen que le proporciona la longitud de la cuerda para investigar los alrededores durante el camino.
En ambos casos, el perro acabará yendo a donde lo lleve la carreta. La diferencia es que si se resiste, sufrirá al verse arrastrado, pero si opta por pasear junto a ella, investigando el entorno alrededor, su viaje será mucho mas placentero.
Pues eso, deja ya de intentar detener la carreta y disfruta del camino por el que te lleva.
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