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¿Plan de negocio? No duele, no muerde y hasta te puede salvar el mes.

Arrancar un negocio por cuenta propia —ya sea por ejemplo un centro de uñas en un barrio con movimiento o una actividad como la fontanería en un entorno más disperso— suele ser una mezcla de ilusión, incertidumbre y, seamos sinceros, un poco de vértigo. Muchas veces, el foco está puesto en conseguir clientela, darse de alta como autónomo o encontrar un local asequible. Y todo eso, como contábamos hace poco en otro artículo, es fundamental, sí. Pero hay una herramienta, sencilla y muchas veces infravalorada, que puede marcar la diferencia entre un comienzo desordenado y uno con rumbo claro: el plan de negocio.

No hace falta imaginar un documento de 80 páginas con gráficos sofisticados y lenguaje corporativo. Un plan de negocio útil para una persona autónoma puede caber perfectamente en cinco o seis hojas bien pensadas. Lo importante es que recoja lo esencial: qué servicio se va a ofrecer, a quién, cómo se va a cobrar por ello, cuánto costará ponerlo en marcha, qué gastos fijos habrá y cuántos ingresos se necesitarán para que sea sostenible. Algo tan básico como eso puede evitar sorpresas desagradables más adelante.

Por ejemplo, alguien que quiere abrir un centro de uñas deberá preguntarse: ¿qué otras opciones hay en la zona?, ¿cómo se diferenciará el servicio?, ¿cuál es el precio medio que se cobra?, ¿qué materiales son necesarios y cuánto cuestan?, ¿cuánto se paga por un local?, ¿se podrá asumir esa inversión los primeros meses sin agobios? En el caso de una persona que ofrezca servicios de fontanería, las preguntas cambian un poco: ¿qué herramientas se necesitan?, ¿cómo se va a captar a las primeras personas clientas?, ¿cuánto tiempo se tarda en conseguir una cartera estable?, ¿hay algún nicho sin cubrir (por ejemplo, servicios urgentes en festivos)?

Este tipo de información se puede obtener observando el entorno, preguntando a otras personas emprendedoras, investigando en internet o, mejor aún, con la ayuda de una asesoría que sepa hacer las preguntas adecuadas. Porque el objetivo no es “acertar” con cada cifra desde el principio, sino entender las dimensiones del negocio y poder tomar decisiones con algo más que la intuición.

Además, un plan de negocio puede ser mucho más que un ejercicio de planificación interna. En algunos casos, es un requisito indispensable para trámites como solicitar un permiso de residencia por cuenta propia o acceder a subvenciones públicas para iniciar la actividad. Las instituciones valoran que haya una mínima estructura detrás del proyecto, y este tipo de documento demuestra seriedad y preparación. Pero incluso cuando no es obligatorio, es altamente recomendable. Una persona que ha reflexionado y puesto por escrito cómo funcionará su negocio empieza con ventaja, sin duda.

Contar con apoyo profesional para hacer este plan no es tan caro como a menudo se imagina. En una asesoría como la nuestra, acostumbrada a trabajar con personas autónomas y pequeños negocios, sabemos cómo guiar ese proceso sin convertirlo en una odisea ni en un gasto desmedido. Lo importante es que quien emprende no lo haga a ciegas, sino con una linterna que, aunque no ilumine todo el camino, sí permita ver dónde se pisa al menos los primeros metros.

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Los sesgos en los negocios: cuando tu reflejo te engaña más que la competencia.

Tomar decisiones estratégicas en una PYME o como autónomo es casi como navegar en un mar lleno de tiburones… ¡y sin flotador! Uno cree que tiene todo bajo control, pero la mente juega sus propias trampas. Los sesgos cognitivos están ahí, agazapados, esperando el momento perfecto para hacer de las suyas y complicar lo que parecía una decisión sencilla. Desde elegir al proveedor «de confianza» (aunque sus precios sean un despropósito) hasta lanzarse a un negocio porque «tiene buena pinta», los sesgos pueden hacer que tomemos decisiones desastrosas sin darnos cuenta.

Uno de los más temidos es el sesgo de confirmación, ese que nos hace buscar información solo para reforzar lo que ya pensamos, ignorando cualquier dato que nos contradiga. ¿Te suena? Como cuando crees que tu negocio es el mejor del mercado y decides no mirar las tendencias que dicen lo contrario. Luego llega la competencia con una oferta innovadora y… sorpresa, te quedaste atrás.

Otro clásico es el exceso de confianza, el «esto me lo sé de memoria, no necesito analizarlo más». Un error común en decisiones legales y financieras, donde muchas veces se subestiman los riesgos de un contrato o se lanzan estrategias sin revisar bien sus implicaciones fiscales. Porque claro, ¿quién necesita asesorarse si lleva años en el sector? (Spoiler: todos lo necesitamos).

Para que estos sesgos no nos jueguen malas pasadas, hay trucos. Primero, rodearse de opiniones diversas. No tomes decisiones encerrado en tu burbuja, escucha a quienes pueden ofrecer una visión diferente. Segundo, consulta a expertos: abogados, contables, asesores… no son un gasto, son una inversión en decisiones más inteligentes. Y tercero, usa la tecnología a tu favor. Existen herramientas digitales que ayudan a ver datos con mayor objetividad, reduciendo la influencia de nuestras propias trampas mentales.

El mundo de los negocios no es sencillo, y menos cuando nuestra propia mente nos juega en contra. Pero reconocerlo ya es un gran paso. La clave está en cuestionarse, rodearse de buenos aliados y, sobre todo, no dejarse llevar por la intuición sin antes comprobar los hechos. Porque sí, el instinto puede ser útil… pero no es infalible.

Despedir no es un derecho empresarial.

Los autónomos y las pequeñas empresas suelen tener muchas dificultades a la hora de gestionar los aspectos legales de las contrataciones laborales. Esto se debe por un lado a que se trata de cuestiones que requieren un conocimiento especializado y por otro lado a que tienen que hacer uso de dicho conocimiento de manera muy esporádica, por lo que cada situación se acaba convirtiendo de nuevo en «la primera vez».

En nuestro despacho vemos cada día multitud de estas situaciones y una de las más habituales es que se quiere despedir a un trabajador, bien porque no hay sintonía con él, porque ha hecho algunas cosas que no han gustado a su empleador, o porque el negocio está pasando por una mala racha, etc.

Lo cierto es que legalmente no existe un derecho del empleador a despedir de manera genérica, ni siquiera «pagando» como a veces se nos plantea.

Los tipos de despido:

De manera muy simplificada, podemos decir que solo existen dos tipos de despidos: los disciplinarios y los objetivos. En ambos casos se requiere la existencia de unas causas preestablecidas, no solo la voluntad del empleador de querer despedir, y también hay que cumplir unas formalidades.

El despido disciplinario implica que el trabajador ha cometido alguna, o algunas faltas de suficiente gravedad como para que su empleador lo pueda sancionar con un despido. No requiere preaviso, ni conlleva indemnización, pero sí es necesario notificarlo por escrito.

En este caso el despido es una sanción, y por lo tanto debe de haberse producido una falta que o bien en el Estatuto de los Trabajadores o en el convenio del sector, lleve aparejada dicha sanción. Y habrá que demostrar que efectivamente se ha producido dicha falta, y que se ha seguido el procedimiento de comunicación y de audiencia previa al trabajador (importante esto último según recientísima doctrina del Supremo).

El despido objetivo es aquel en el que se produce una causa admitida por el Estatuto de los Trabajadores para un despido. Básicamente se trata de causas económicas, organizativas internas, por reducción de rendimiento o por obsolescencia profesional. Aunque parecen causas en las que podría caber cualquier cosa, la realidad es que la empresa tendrá que demostrar objetivamente que efectivamente la causa existe. Este despido debe notificarse también por escrito y con un preaviso de 15 días (o abonarlos en el finiquito) y conlleva una indemnización de 20 días por año trabajado (que ha de abonarse en el momento en el que se notifica el despido).

En caso de que el trabajador no esté conforme con su despido, tendrá 20 días hábiles desde la notificación del mismo para presentar una «papeleta de conciliación» ante el SMAC del Gobierno Vasco, en la que solicitará que la empresa admita que el despido ha sido improcedente o nulo. En caso de no haber acuerdo, el trabajador tendrá disponible la vía jurisdiccional.

La calificación del despido:

El despido, ya sea disciplinario u objetivo, puede ser finalmente declarado por el tribunal como procedente, en cuyo caso queda como se realizó, o como improcedente, en cuyo caso la empresa elige entre abonar al trabajador una indemnización de 33 días por año trabajado (si ya abonó los 20 días del despido objetivo, añadiría 13) o reincorporar al trabajador a su puesto, abonando los salarios desde la fecha del despido hasta la reincorporación.

Si el despido se declara nulo porque además de ser improcedente, se ha producido una vulneración de derecho fundamentales (la causa real del despido se demuestra que es por raza, religión, género, por haber reclamado derecho laborales, por estar de baja o de reducción de jornada por crianza, etc) será el trabajador quien podrá elegir entre la indemnización antes mencionada más los «salarios de tramitación» (es decir, el sueldo desde el despido hasta la resolución judicial), o la reincorporación y el abono de dichos salarios.

Dejamos para otro momento cuestiones importantes también como las indemnizaciones complementarias que están imponiendo algunos juzgados, la no superación del periodo de prueba, o el «auto despido» en determinadas circunstancias.

Autónomo, SL, Cooperativa… ¿Cuál es la elección correcta?

Si estás pensando en abrir un pequeño negocio o iniciar una actividad profesional, una de las primeras dudas que tendrás será bajo qué forma jurídica desarrollarla.

Aunque cada caso es diferente y conviene hacer un análisis específico, hay algunas cuestiones generales que te pueden orientar para tener algunas primeras nociones básicas:

Como trabajador autónomo:

Es una manera muy adecuada si vas a desarrollar una actividad profesional individual, o si no tienes previsto tener otros socios en tu negocio, ni vas a necesitar de mucha financiación bancaria ni de mucho personal contratado.

Podrás comenzar a operar muy rápidamente, prácticamente de un día para otro ya que son muy pocos los trámites para ello: alta en el RETA de la Seguridad Social, declaración censal en Hacienda (036) y las licencias que requiera tu negocio.

La carga administrativa no es muy grande ya que solo hay que hacer las declaraciones fiscales de IVA e IRPF, por lo que te podrás encargar directamente, o mejor, dejarlo en manos de una asesoría profesional que te cobrará una cantidad muy pequeña y así te liberarás para hacer crecer tu negocio, que es lo que verdaderamente te interesa.

Los principales inconvenientes de esta fórmula son dos: por un lado que no hay separación entre tu patrimonio y el de tu actividad, por lo que si requieres endeudarte, responderás con todo tu patrimonio presente y futuro. Y por otro lado, al tributar a través del Impuesto de la Renta, si tu rendimiento es de cierto importe (depende de los casos, pero a partir de 50k o 60k anuales) la carga fiscal que tendrás será más alta que con otras figuras societarias.

Como Sociedad de Responsabilidad Limitada (la más sencilla, la SL):

La SL es muy adecuada para pequeños negocios con varios socios, de los cuales, algunos solo aportan inversión, pero no van a trabajar en dicho negocio. También es muy interesante aunque sea un único socio, pero la actividad va a requerir de cierto volumen de financiación bancaria o hay algún riesgo importante de endeudamiento, o cuando va a ser necesario contar con un cierto número de personal contratado.

Las grandes ventajas es que hay una separación del patrimonio de los socios y el de la empresa, de manera que (en principio) los socios solo arriesgan el capital aportado, y en caso de que la empresa no salga como estaba previsto, es más fácil de cerrar sin afecciones personales.

Además, en determinados entornos y sectores, operar con una SL da una imagen de mayor solidez y profesionalidad.

El coste de arranque es un poco más alto y la tramitación es un poco más larga, pero se puede empezar a operar en unos 10 días: se solicita el nombre al registro mercantil, se abre una cuenta bancaria, se deposita el capital (3.000€ mínimo), se constituye la sociedad ante notario y se registra, tras lo cual se procede a las altas en Seguridad Social y en Hacienda, y ya se puede iniciar la actividad.

La gestión administrativa de la sociedad es un poco más compleja ya que hay que llevar obligatoriamente los libros contables y eso te va a requerir contar con una asesoría especializada, pero los honorarios hoy en día son muy asequibles para cualquier negocio.

Como Cooperativa:

Dentro de los tipos de sociedades que se pueden utilizar, la cooperativa es especialmente interesante cuando queremos desarrollar un negocio en el que todos los participantes van a ser trabajadores, y a futuro no queremos que haya personal empleado, sino que queremos que todos sean igualmente socios.

La Cooperativa tiene todas las ventajas de la SL y además implica una gestión democrática y transparente de la empresa. Además tiene algunos beneficios fiscales en el Impuesto de Sociedades.

La tramitación es similar a la de una SL, aunque en este caso hacen falta un mínimo de 2 personas socias (en Euskadi) y se tramitan en el Registro de Cooperativas, que no está aún tan digitalizado como el Mercantil, por lo que los procedimientos son un poco más lentos.

La polémica del “vuelta a la oficina”: ¿Cómo encontrar un equilibrio sostenible?

En los últimos meses, diversas empresas han anunciado el fin del teletrabajo y la exigencia de que su plantilla regrese a las oficinas a tiempo completo. Esta decisión ha generado un intenso debate: por un lado, algunos la consideran imprescindible para fomentar la colaboración y la cohesión interna; por otro, muchos la ven como un retroceso que ignora los avances tecnológicos y la experiencia de los últimos años. Como profesional del ámbito legal y de la consultoría en gestión empresarial, he podido acompañar a diferentes organizaciones en la adopción de políticas laborales y os comparto algunos de los pros y contras más relevantes que veo en ambos modelos, así como una propuesta de equilibrio basada en la confianza y la responsabilidad mutua.

Es evidente que el contacto directo facilita la transmisión de valores y la creación de un sentimiento de pertenencia. La interacción diaria, las charlas informales y las reuniones presenciales contribuyen a reforzar la cohesión del equipo y la implicación con los proyectos.

Además, aunque las herramientas digitales de videoconferencia y mensajería han mejorado notablemente, ciertos tipos de coordinación y resolución de problemas resultan más ágiles y efectivos cuando los equipos se encuentran en el mismo espacio.

En especial aara los perfiles más jóvenes o para quienes se encuentran en procesos de formación, la presencia de colegas con experiencia cercana puede resultar fundamental para su desarrollo profesional.

Por contra, el tiempo de desplazamiento y la rigidez de horarios restan flexibilidad a los empleados, afectando a su calidad de vida y, en la mayoría de los casos, a su motivación.

No menos importante es tener en cuenta que tanto la empresa como el trabajador asumen mayores gastos: alquileres de grandes espacios, mantenimiento de oficinas, transporte y otros servicios asociados. En algunos casos, esto puede repercutir de manera significativa en la estructura de costes y la competitividad de la organización.

Además, y me parece especialmente importante, obligar a todos a volver al centro de trabajo puede interpretarse como una clara falta de confianza por parte de la dirección, especialmente si la productividad no se había visto mermada durante el teletrabajo.

Por su lado el teletrabajo tiene un importante riesgo de hiperconectividad y estrés. La línea entre vida laboral y personal se difumina y muchos teletrabajadores pueden caer en la trampa de estar “siempre disponibles” y no desconectar.

El teletrabajo no es simplemente irse a trabajar a casa desde un ordenador. Requiere herramientas adecuadas y exige disciplina y responsabilidad para organizar el tiempo y cumplir objetivos. No todas las personas cuentan con la misma capacidad para ello.

Una alternativa equilibrada: confianza y corresponsabilidad

A la vista de lo anterior, una opción cada vez más valorada es la adopción de modelos híbridos o flexibles, basados en la responsabilidad y la autogestión. Las empresas que apuestan por esta vía suelen establecer mecanismos claros de seguimiento de objetivos (más que de horarios) y fomentan un ambiente de confianza mutua.

  1. Políticas híbridas: Combinar días de trabajo presencial con jornadas de teletrabajo permite beneficiarse de lo mejor de ambos mundos: se mantiene el contacto directo para reuniones clave, proyectos colaborativos y cohesión de equipo, a la vez que se ofrece la flexibilidad que muchos empleados valoran.
  2. Enfoque en resultados: En lugar de exigir la presencia física como indicador de productividad, se deben establecer metas claras y medibles, con mecanismos de evaluación transparentes. Así, la presencialidad se convierte en una herramienta útil (reuniones, debates estratégicos), no en una imposición carente de sentido.
  3. Formación y acompañamiento: Es fundamental capacitar a los empleados en competencias digitales, gestión del tiempo y autonomía, al tiempo que se promueven canales de comunicación eficaces para mantener la cultura corporativa.
  4. Confianza y comunicación abierta: La base de un modelo sostenible se construye en la alineación de valores y en la responsabilidad mutua. La empresa ha de confiar en la capacidad de sus trabajadores para autogestionarse, y los trabajadores deben responder con compromiso y profesionalidad.

En un entorno tan cambiante, las políticas laborales no pueden ser estáticas. Requieren reflexión estratégica, análisis de costes y, sobre todo, una escucha activa de las necesidades de cada equipo. El éxito a largo plazo pasa por encontrar un punto de equilibrio que respete la individualidad de los profesionales y la cultura empresarial. Y, por encima de todo, debe asentarse en la convicción de que la motivación y la productividad florecen cuando hay una relación de verdadera confianza entre empresa y personas.

El arte de mantener todos los platos girando: estrategias clave para que tu empresa no se tambalee.

Como abogado y consultor especializado en la gestión de empresas, he observado que administrar una organización se parece mucho a ese número circense en el que el artista, con una habilidad extraordinaria, hace girar una serie de platos sobre varillas, y su reto principal consiste en que ninguno caiga. En la empresa, cada “plato” representa un área o un proyecto crítico; desde la parte financiera, la relación con los clientes, la gestión del talento humano, la innovación, hasta la atención de las obligaciones legales y regulatorias. ¿Cómo lograr que todos estos elementos sigan en movimiento sin que alguno se estrelle contra el suelo?

A continuación, comparto algunas estrategias que he visto dar resultados en diferentes sectores:

1. Priorización y equilibrio dinámico: en toda gestión empresarial, no todos los platos tienen el mismo tamaño o la misma fragilidad. Hay áreas que requieren atención constante (por ejemplo, el flujo de caja o el cumplimiento legal) y otras que, siendo igual de relevantes, permiten espaciar el foco en el tiempo (innovación y desarrollo, por ejemplo). Identificar qué necesita supervisión urgente, qué se puede planificar y qué requiere solo revisiones periódicas ayuda a equilibrar la carga de trabajo.

2. Delegar con criterio: así como el artista confía en ciertos puntos de apoyo para estabilizar varios platos, en la empresa es fundamental contar con personas y equipos capaces de sostener cada área. Delegar no implica desentenderse, sino asignar la responsabilidad y autoridad adecuadas a cada persona para que pueda tomar decisiones informadas.

3. Comunicación fluida: en el espectáculo de platos giratorios, el artista a veces corre de un lado a otro con movimientos precisos para mantener el ritmo. En la empresa, esos “movimientos” se traducen en una comunicación constante y efectiva: si un área detecta un problema, todos los involucrados deben enterarse a tiempo.

4. Control de indicadores: para saber si los platos están a punto de caer, el artista confía en su vista, su experiencia y en pequeños ajustes que hace sobre la marcha. En el ámbito empresarial, disponer de indicadores claros y relevantes (KPIs) en cada área permite detectar si algo empieza a desviarse, antes de que se convierta en un gran problema.

5. Flexibilidad y capacidad de reacción: la empresa (y la economía en general) está en constante cambio. Aquello que podía funcionar hace un año, puede quedar obsoleto en el siguiente. La habilidad de pivotar y reaccionar rápidamente a los cambios del mercado, a las nuevas regulaciones o a los avances tecnológicos es lo que marca la diferencia entre una empresa que mantiene todos los platos girando y otra que pierde el equilibrio.

6. Cultura de colaboración y aprendizaje: cuando el artista se entrena, suele empezar con menos platos y, con el tiempo, aumenta la complejidad. En la empresa, aprender de cada “casi accidente” o error permite avanzar y mejorar la coordinación interna. Una cultura que promueva la colaboración y el aprendizaje constante reduce el riesgo de que se caiga algún plato.

7. Evitar la sobrecarga: en ocasiones, el afán de abarcar más de la cuenta lleva a un colapso: se suman más platos de los que el artista puede sostener. En la empresa, es esencial saber decir “no” o “más adelante” cuando un nuevo proyecto excede la capacidad real de gestión.

¿Valen para algo los planes estratégicos?

«Todo el mundo tiene un plan hasta que le metes la primera hostia» decía el gran filósofo Mike Tyson.

Siempre me ha gustado esta frase porque expresa de una manera sencilla y gráfica lo que sucede en el mundo real con los planes, que la vida se ocupa muchas veces de ponerlos en su sitio, es decir, en la papelera.

¿Significa eso que es mejor no tener ningún plan y estar simplemente «a verlas venir»? Yo creo que no, y lo que hacemos en nuestro despacho con las empresas que nos encargan ayudarles con su estrategia es trabajarla de una manera que la máxima de nuestro amigo Mike les afecte lo menos posible, es decir, mediante una Estrategia Adaptativa.

Esta manera de diseñar la estrategia se parece mucho a organizar un viaje.

Lo primero que hacemos es pensar en la necesidad, o la oportunidad de realizar el viaje, el «para qué», tomando referencia del momento en el que estamos, los medios que tenemos, etc.

Lo siguiente es definir el punto de llegada y los hitos intermedios si los hubiera, así como de manera lo más simplificada posible, los medios que usaremos para llegar a nuestro destino. En esta parte no somos partidarios de definir más que lo imprescindible, en lugar de tratar desde el primer momento de disponer ya con exactitud de los billetes, con sus horarios, asientos y todos los detalles del viaje, ya que todo esto es mejor hacerlo más adelante.

Estableceremos también quién, como y cuando se cerraran los detalles necesarios para la ejecución efectiva del viaje, así como la manera en la que revisaremos periódicamente si estamos yendo hacia donde queríamos y como queríamos.

Y por último, identificaremos la manera en la que prestaremos atención a nuestro alrededor mientras viajamos, para no despistarnos de nuestra meta, pero tampoco perdernos lo que esté sucediendo que pueda ser interesante o peligroso.

Un Plan Estratégico de estas características debiera ocupar entre 4 y 12 páginas como máximo, y será una herramienta de trabajo diario en nuestra empresa que iremos modificando y adaptando constantemente.

¿En tu empresa tenéis definida explícitamente la estrategia o está en la cabeza de alguien?

La IA en los despachos y la paradoja de Jevons

¿Cómo nos afectará la IA en los despachos, asesorías y consultorías, y cómo nos preparamos para ello? No es nada fácil anticipar lo que está por venir en este campo, aunque desde mi modesta perspectiva creo que podemos aprender alguna cosa de otros cambios de similar calibre que hemos tenido en el pasado.

Creo que el más comparable ha sido la utilización masiva de Internet. Para los que ya tenemos unas décadas de trabajo a nuestras espaldas, aún está vivo el recuerdo de cómo eran las cosas antes de internet, antes de que su uso estuviera tan generalizado.

Internet nos trajo una brutal reducción de tiempos en búsqueda de información, en tramitaciones, en comunicación con clientes y resto de agentes, en almacenamiento de documentación, etc, etc. Gracias a Internet pudimos hacer nuestro trabajo muchísimo más rápido, muchísimo más fácil y en consecuencia muchísimo más barato.

En definitiva, pudimos mejorar nuestra eficiencia de manera muy significativa, lo cual paradójicamente (o no tanto) supuso un incremento de trabajo. Es la ya conocida en economía, como paradoja de Jevons que, según la Wikipedia, «se refiere a la situación en la que el progreso técnico o las políticas del Estado conducen a un aumento en la eficiencia con la que se utiliza un factor de producción, reduciendo la cantidad que se requiere de este. Sin embargo, la caída de los precios del mismo promueve su demanda, por lo que aumenta su uso en lugar de reducirse.»

Un ejemplo sencillo: hoy en día la mayoría de los trámites que debe realizar con Hacienda, Seguridad Social y demás instituciones un trabajador autónomo, los podría realizar por sí mismo ya que están accesibles vía Internet con un simple certificado digital. Sin embargo los despachos gestionamos infinitamente a más autónomos que antes de Internet porque lo que tienen que pagar es tan poco que no les compensa en absoluto «perder» el tiempo haciéndolo ellos mismos.

Por otro lado, la demanda de servicios de la Administración, y la velocidad de prestación de los mismos, también se ha incrementado ya que ahora se pueden hacer cosas que hace años eran impensables (como enviar facturas en tiempo real), lo cual de nuevo no hace sino incrementar nuestro trabajo.

Pienso que con la IA va a pasar esto mismo con total seguridad. Quizá tenga otros efectos también que ahora no vislumbramos, pero que va a suponer un salto brutal de eficiencia, y que eso va a provocar un incremento del uso de nuestros servicios, lo tengo clarísimo.

Creo que en unos años vamos a ver cómo se reducen radicalmente por ejemplo los tiempos y costos de la atención al público. Podremos tener sistemas muy baratos de atención 24/7 y eso nos ampliará significativamente la actividad.

Otro ámbito en el que intuyo un salto cuántico de eficiencia es en la elaboración, personalización y revisión de contratos y demás documentación, así como en el cotejo de información y datos, su sistematización, almacenaje y recuperación.

¿Qué otros ámbitos crees que van a verse impactados significativamente por la IA?

Un socio es para toda la vida.

Una de las cosas que más hacemos en el despacho es crear nuevas empresas, fundamentalmente pymes de dos o tres personas socias.

Especialmente en los momentos iniciales, cuando están aún desarrollando su idea y les ayudamos con su plan de negocio, con las previsiones económico financieras y en general con todos los trámites que necesitan para ponerse en marcha, también procuramos guiarles un poco en cuanto a cómo habrá de ser su relación como socias.

De vez en cuando hay quienes consideran adecuado establecer un pacto de socios, algo que siempre recomendamos, pero lo habitual es que se «lancen» a su sociedad con una mezcla de buena voluntad e inconsciencia a partes iguales.

Y siempre tratamos de hacerles conscientes de que asociarse en una sociedad limitada y hacerlo «a partes iguales» (que suele ser lo más habitual) implica unas consecuencias muy relevantes para el futuro. Como solemos decirles, es más fácil que puedas disolver un matrimonio con el que ya no estás conforme, que una SL en la que participes al 50%.

Obviamente la confianza, la sintonía, el conocimiento mutuo, la complementariedad de aportaciones a la actividad, son todas cuestiones básicas para embarcarse en una aventura empresarial con otras personas.

Y junto a ellas, un pacto de socios sencillo, con una serie de clausulas consensuadas entre las cuales no pueden faltar las de transmisión de participaciones, así como las consabidas clausulas de arrastre, de acompañamiento y de desbloqueo, entre otras, es una herramienta sencilla y poco costosa, que puede evitar un buen puñado de quebraderos de cabeza en el futuro.

¿Tenéis un pacto de socios en vuestra empresa? Si es así, qué interesante sería poder conocer vuestra experiencia y si habéis tenido que utilizarlo en alguna ocasión, y si le habéis visto la utilidad o no.

Lo que no mata, engorda.

Es un dicho popular, que al menos en mi casa mi abuela lo decía mucho cuando quería expresar que prácticamente todo en esta vida se puede aprovechar para bien (mi abuela era de la mentalidad de la guerra y la posguerra, de cuando estar gordo era una bendición).

El otro día en el despacho, un pequeño empresario lamentaba amargamente una mala decisión sobre una contratación de una persona, que no había salido ni de lejos como esperaba.

Tras un rato de desahogo, derivamos la conversación hacia lo que podía aprender para futuras contrataciones que sin duda tendrá que hacer, y cómo cambiar algunas de sus prácticas en esta materia. Entre las conclusiones, revisar mejor las referencias y hacer seguimiento más de cerca al principio, en definitiva utilizar adecuadamente el periodo de prueba para eso, para probar a la persona y descubrir su potencial.

La idea fue llevar la conversación a un terreno productivo: ya que la situación no tiene vuelta atrás, al menos, saquémosle provecho aprendiendo de ella.

Uno de mis últimos aprendizajes de esta manera fue con un cliente al que después de hacerle un trabajo me quedé sin cobrarle los honorarios. A veces, por confianza, o por ese estúpido pudor que algunos tenemos para hablar de dinero, nos cuesta cerrar este capítulo antes de realizar los trabajos y luego esto puede dar problemas. Mi aprendizaje en este caso fue que, por mucho que me cueste, siempre, siempre, siempre, el presupuesto aceptado por delante.

¿Qué ha sido lo último que has aprendido así, por las malas?