Archivo de la etiqueta: estoicismo

No solo importa lo que la vida te trae

Hay personas a las que la vida les trae todo lo que cualquiera podría desear, dinero, fama, éxito, amor, amistad, poder, talento… y sin embargo son tan profundamente infelices como para acabar perdiendo la propia vida.

El otro día vi el documental «Belushi» sobre la espléndida vida y trágica muerte del grandísimo actor, músico y sobre todo cómico que fue John Belushi. A mi me encantaba su música, tanto que durante mucho tiempo tuve como tono de llamada del móvil una de sus canciones.

En 1978 John protagonizaba la más taquillera comedia de la historia del cine «Desmadre a la americana«, su banda «The Blues Brothers» alcanzaba el número uno en todas las listas con su primer disco «Briefcase Full of Blues», y su programa en TV «Saturday Night Live» no solo batía todos los records de audiencia, sino que era la referencia de la cultura popular del momento. Pero la vida no solo le sonreía en los profesional, a su alrededor tenía el amor incondicional de personas como su pareja de toda la vida, Judy o su inseparable amigo Dan Aykroyd.

Según todas las personas que le conocieron, John Belushi era el tipo más divertido, talentoso, sensible y amable que habían conocido. La típica persona que todo el mundo adoraba según entraba por la puerta.

Solo 4 años después, a los 33 años, John fallecía por sobredosis de cocaína y heroína, en un más que previsible final vista su desenfrenada carrera por el mundo de las drogas.

¿Por qué?

¿Por qué alguien que aparentemente lo tenía todo sería tan infeliz como para querer autodestruirse?

Imagino múltiples factores, y por supuesto no sería descartable algún tipo de problema en su salud mental. Además la experiencia con las drogas no es tan sencilla como las tomo y las dejo. Como cualquier adicción, requieren de mucho esfuerzo y tratamiento especializado.

Pero aún así… incluso con todas esas cuestiones, hay algo que podemos aprender del gran John Belushi: no solo importa lo que la vida te trae, sino también cómo te haces cargo de ello, sea lo que sea.

En el documental varios amigos cercanos cuentan que John tenía «hambre» de todo lo que la vida le podía ofrecer, y que lo tomaba todo sin medida, ya fuera el éxito, el trabajo, el amor, las drogas, la fama o lo que fuese.

Como decía antes, seguro que hay otros muchos factores y no pretendo responsabilizarle en exclusiva de su destino final, y sí creo que podemos extraer algún aprendizaje interesante para nuestra vida, y no puedo evitar acordarme de esta cita de mi maestro estoico Epicteto:

Recuerda que en la vida debes comportarte como en un banquete. ¿Te ofrecen algo? Extiende tu mano y toma tu parte con moderación. ¿Ha pasado de largo? No lo detengas. ¿Aun no ha sido ofrecido? No extiendas tu deseo hacia ello; espera que llegue a ti. Haz esto en relación con hijos, esposa, cargos públicos, riquezas, y llegarás a ser un digno participante del banquete de los dioses (Enquiridión, 15).

Nada de lo que te está pasando es tan malo (ni tan bueno) como te parece

No soy especialmente fan de Woody Allen pero por una casualidad encontré este video que me parece tan, tan, tan fantástico, y que expresa en tan pocas palabras esa manera absurda de vivir la vida como a regañadientes, cuando en realidad lo que desearíamos es que durase un poquito más, con todo lo «bueno», y con todo lo «malo» que nos depara.

¿A tí qué te sugiere este video? Anímate y deja un comentario!

Conversaciones difíciles (o quizá no tanto)

Si lo piensas un poco, lo que más haces en tu trabajo es tener conversaciones. Cara a cara, por teléfono, mail, mensajería instantánea… te pasas el día teniendo conversaciones con otras personas.

En ocasiones esas conversaciones se convierten en una fuente importante de ansiedad porque son conversaciones complicadas, en las que tienes que decir algo que te cuesta decir o que supones que a la otra persona no le va a gustar, o necesitas obtener un resultado concreto de dicha conversación y te angustia no conseguirlo.

De nuevo te olvidas de lo que te enseñan tus amigos estoicos y pretendes tener control sobre cosas que están fuera de ti y sobre las que no puedes tenerlo: quieres que la persona con la que conversas te entienda, te de una respuesta determinada, quieres conseguir algo de ella, quieres que no se enfade o no se moleste o no se deprima… pero nada de todo ello está en tu ámbito de control.

Evidentemente puedes y debes hacer lo que esté en tu mano para explicarte bien, para no herir, para no ofender, para convencer, pero no puedes asegurar que lo conseguirás porque todo ello están en la zona de control de la otra persona.

Debes poner de tu parte en la conversación toda tu honestidad, sinceridad, transparencia, valor y cariño. Eso es lo que depende completamente de ti, esa es tu responsabilidad y lo que debe preocuparte. Nada más. Cómo la otra persona entenderá, reaccionará, se sentirá, te contestará, etc, no depende de ti y por lo tanto no debe inquietarte.

Tienes mil pruebas de que esto es así, de que cuando te centras en lo que tú puedes y debes aportar a la conversación y no en el resultado de la misma, la inmensa mayoría de las veces la conversación va fenomenal, por difícil que sea. Y en las pocas ocasiones en las que no va bien, te sientes tranquilo igualmente porque lo sucedido está fuera de tu control.

Una conversación es como un baile entre dos. Pon todo de tu parte para bailar lo mejor posible, el resto ya no depende de ti, y disfruta, fluye todo lo posible.


PD1: como siempre, este es un fragmento de una conversación reciente conmigo mismo.

PD2: si quieres profundizar más en el tema de las conversaciones complicadas, te recomiendo este libro de Enrique Sacanell «¿Cómo se lo digo? El arte de las conversaciones difíciles«

Un motor híbrido en tu interior: la motivación y el coraje

Cuando algo te motiva, te gusta o te emociona, qué fácil es todo!

Pero en la vida no todo lo que tienes que hacer en cada momento es lo que más te motiva o te apetece. En ocasiones (según las temporadas, a veces en muchas ocasiones) tienes que hacer cosas que no te apetecen en absoluto.

Son cosas que sabes que debes hacer, y que está bien que las hagas. Incluso cosas que te hacen bien, pero que te cuestan o no siempre te motivan lo suficiente.

Pero estás acostumbrado a funcionar básicamente con el «motor» de la motivación, y ese es un buen motor que va fenomenal cuando se puede usar, pero ¿qué pasa cuando no tienes la motivación, pero tienes que hacer igualmente lo que debes?

Ahí es cuando tienes que poner en marcha el motor del coraje, o de la disciplina, como lo quieras llamar.

Es un motor más difícil de usar, porque requiere un mayor esfuerzo y requiere entrenamiento y fuerza de voluntad en su uso.

Es además un motor que no estás muy acostumbrado a usar porque si no puedes usar el motor de la motivación tu tendencia es a abandonar. De alguna manera tienes instalada la creencia de que solo merecen la pena las cosas que se pueden hacer por la motivación, pero en realidad no es una creencia correcta. Obviamente es mejor actuar con motivación, pero no siempre es posible y si solo tienes ese motor tu capacidad de hacer lo correcto, de hacer lo que debes, se queda muy limitada.

El coraje, la disciplina, es algo que puedes y debes entrenar. Puede empezar por cosas relativamente sencillas: por ejemplo, quieres hacer un poco de ejercicio todos los días, pero no todos los días te apetece; piensa que además del beneficio de hacer ejercicio, vas a entrenar y poner a punto tu motor de la disciplina, y haz ejercicio todos los días que tengas ganas para ello, y los que no, haz ejercicio igualmente, con el motor de la disciplina en tu mente.

Utiliza con otras cosas también y poco a poco tendrás más capacidad de tirar de esta disciplina para cuestiones que te resulten más importantes o difíciles de realizar sin motivación.

No desarrollas valentía cuando todo va bien, sino cuando sobrevives momentos difíciles y desafías la adversidad. EPICTETO

Ninguna propensión humana es tan poderosa que no pueda ser vencida por la disciplina. SÉNECA

La disciplina es una gran ayuda para el que posee un mediocre ingenio. SÉNECA

El ruido de las cosas al caer

En las últimas semanas he leído varios libros de Juan Gabriel Vásquez, un escritor que me ha enamorado, y en uno de ellos que se titula «El ruido de las cosas al caer» hay un fragmento que me ha resultado especialmente inspirador y que tiene un trasfondo estoico muy refinado:

La edad adulta trae consigo la ilusión perniciosa del control, y acaso dependa de ella. Quiero decir que es ese espejismo de dominio sobre nuestra propia vida lo que nos permite sentirnos adultos, pues asociamos la adultez con la autonomía, el soberano derecho a determinar lo que va a sucedernos enseguida. El desengaño viene más pronto o más tarde, pero viene siempre, no falta a la cita, nunca lo ha hecho. Cuando llega lo recibimos sin demasiada sorpresa, pues nadie que viva lo suficiente puede sorprenderse de que su biografía haya sido moldeada por eventos lejanos, por voluntades ajenas, con poca o ninguna participación de sus propias decisiones. Esos largos procesos que acabarán por toparse con nuestra vida -a veces para darle el empujón que necesitaba, a veces para hacer estallar en pedazos nuestros planes más espléndidos- suelen estar ocultos como corrientes subterráneas, como meticulosos desplazamientos de las capas tectónicas, y cuando por fin se da el terremoto invocamos las palabras que hemos aprendido a usar para tranquilizarnos, accidente, casualidad, a veces destino. Ahora mismo hay una cadena de circunstancias, de errores culpables o de afortunadas decisiones, cuyas consecuencias me esperan a la vuelta de la esquina; y aunque lo sepa, aunque tenga la incómoda certeza de que esas cosas están pasando y me afectarán, no hay manera de que pueda anticiparme a ellas. Lidiar con sus efectos es todo lo que puedo hacer: reparar los daños, sacar el mayor provecho de los beneficios. Lo sabemos, lo sabemos bien; y sin embargo siempre da algo de pavor cuando alguien nos revela esa cadena que nos ha convertido en lo que somos, siempre desconcierta constatar, cuando es otra persona quien nos trae la revelación, el poco o ningún control que tenemos sobre nuestra experiencia.

Es una manera muy bella de escribir sobre la famosa dicotomía del control que está en la base del estoicismo y que Zenón de Citio explicaba con la siguiente metáfora:

Somos como un perro atado a una carreta tirada por dos grandes caballos percherones. La cuerda que lo une a la carreta es bastante larga como para que el perro pueda moverse con comodidad. Una vez que la carreta se pone en marcha, el perro puede luchar contra el movimiento, e intentar no avanzar, o puede comenzar a andar y aprovechar el margen que le proporciona la longitud de la cuerda para investigar los alrededores durante el camino.

En ambos casos, el perro acabará yendo a donde lo lleve la carreta. La diferencia es que si se resiste, sufrirá al verse arrastrado, pero si opta por pasear junto a ella, investigando el entorno alrededor, su viaje será mucho mas placentero.

Pues eso, deja ya de intentar detener la carreta y disfruta del camino por el que te lleva.

Agradécelo todo y no necesites nada

Si tienes ocasión de hacer algo que te gusta, de estar con alguna persona que te agrada, si das un paseo, haces un viaje, vas al trabajo, estás con la familia, lees un buen libro, ves una puesta de sol, te mojas con la lluvia, escuchas una canción… lo que sea, disfrútalo y agradécelo.

Piensa lo afortunado que eres y da gracias por ello.

Simplifica al máximo tus deseos, disfruta de lo frugal y de lo sencillo. Busca la satisfacción en tu interior.

Que nada te resulte imprescindible, que todo te sea accesorio, procura no apegarte a nada por mucho que te guste.

Si lo tienes disfrútalo, y cuando no lo tengas, no lo extrañes ni lo añores, ni lo ansíes, ni pongas en juego tu integridad y tus valores por recuperarlo o por conseguirlo.

Desea poco y disfruta todo, y nunca serás infeliz.

Mantener una sana indiferencia

Cada día tienes docenas y docenas de situaciones que se te presentan y a las que puedes poner la etiqueta de «problema» y cargar con ellas durante mucho tiempo.

También tienes otras tantas situaciones en las que la vida pareciera confabularse contra tí para causarte dolor, para herir a tus seres queridos.

Y por si esto fuera poco están las personas que a tu alrededor te molestan, te provocan, te indignan con sus actitudes y con sus acciones.

Por no hablar de las noticias cada día, cada tweet que te hacer hervir la sangre de indignación.

Y todo ello son como pompas de jabón que rápidamente acaban desapareciendo sin dejar prácticamente ninguna huella. Algunas son más grandes y gruesas y duran más tiempo, pero todas acaban desvaneciendose tras una breve existencia.

La sabiduría verdadera reside en ser capaz de distinguir lo relevante, lo que verdaderamente importa y merece la pena, y separarlo de todo lo demás que en realidad no te afecta ni te importa.

Relativizar, poner en su sitio, reordenar las prioridades vitales, todo eso que haces cuando ocurre un terremoto en tu vida y que olvidas en cuanto la rutina y la comodidad vuelven a campar a sus anchas.

Mantén una sana y serena indiferencia ante lo que ocurre a tu alrededor, que te permita centrarte en lo verdaderamente importante y no en las pompas de jabón.

La tranquilidad acompaña la virtud del sabio.
MUSONIO RUFO

Cuanto más cerca esté un hombre de una mente calmada, más cerca estará de su fuerza.
MARCO AURELIO

No hagas tus problemas mayores al añadirles tus quejas. El dolor es más tolerable si no le añades nada.
SÉNECA

¿El pepino está amargo? Tíralo. ¿Hay palos en el camino? Rodéalos. Es todo lo que necesitas saber. No exijas saber por qué. Cualquiera que entienda el mundo se reiría de ti, igual que se reiría el carpintero si te enfadas por ver serrín en su estudio.
MARCO AURELIO

El ignorante de la filosofía culpa a los demás por su situación. El estudiante de filosofía se culpa a sí mismo. El sabio no culpa a nadie.
EPICTETO

No seas desgraciado antes de tiempo. Muchas desgracias que temes quizá nunca lleguen, y con seguridad no han llegado. Por esta razón algunos acontecimientos nos atormentan más de lo que deben, otros antes de lo que deben y otros no deberían atormentarnos en absoluto, porque nunca ocurrirán. O aumentamos el dolor, o lo anticipamos o lo imaginamos.
SÉNECA

Dos elementos deben ser eliminados de una vez por todas: el miedo al sufrimiento futuro y el recuerdo de sufrimientos pasados. El segundo ya no me afecta y el primero todavía no me afecta.
SÉNECA

¿Qué sentido tiene traer sufrimientos del pasado? ¿Ser infeliz ahora porque fuiste infeliz antes?
SÉNECA

Dime en lo que te fijas… y te diré quién eres

«La Salvaje»

«Te conviertes en lo que le das tu atención» – EPICTETO

Esta potente idea tiene muchas vertientes interesantes.

  • ¿Quiénes son tus modelos en la vida? ¿En que personas te fijas, a quienes prestas atención? Según en quienes pongas tu atención acabarás siendo y comportándote de una manera o de otra completamente diferentes.
  • ¿Cómo empleas tu tiempo? Ya hemos hablado de esto en otra ocasión, y al final resulta que a lo que te dedicas acaba por moldearte a tí también.
  • ¿En qué te fijas de todo lo que sucede a tu alrededor? Nuestra capacidad de ver lo que sucede es muy limitada por lo que nuestro cerebro se acostumbra a mostrarnos aquello que nos interesa y desecha lo que no nos gusta. Así que lo que veo no es lo que hay, sino la parte de lo que hay que quiero ver.

Para verlo de otro modo, esta preciosa historia que me ha traído Eddie y que viene al pelo de esta reflexión:

Una mañana un viejo Cherokee le contó a su nieto acerca de una batalla
que ocurre en el interior de las personas.

Él dijo, “Hijo mío, la batalla es entre dos lobos dentro de todos nosotros”.

“Uno es Malvado – Es ira, envidia, celos, tristeza, pesar, avaricia, arrogancia, autocompasión, culpa, resentimiento, soberbia, inferioridad, mentiras, falso orgullo, superioridad y ego.”

“El otro es Bueno – Es alegría, paz, amor, esperanza, serenidad, humildad, bondad,
benevolencia, amistad, empatía, generosidad, verdad, compasión y fe. La misma batalla ocurre dentro de ti, y dentro de cada persona también.”

El nieto lo meditó por un minuto y luego preguntó a su abuelo:

“¿Qué lobo gana?”

A lo que el viejo Cherokee respondió: “Aquél al que tú alimentes.”

Hoy no me puedo levantar…

¿No te pasa que a veces hay días en los que realmente te cuesta hacer las cosas que «debes» hacer?. Es como si te faltara la energía, como si tuvieras ganas de dejarlo todo para mañana porque hoy todo se te hace muy cuesta arriba.

En estas ocasiones yo suelo intentar hacer dos cosas: por un lado intento, si puedo, dejar alguna de las obligaciones que tenga y planificarla para otro momento. Eso me da margen para poder tomar un poco de aire, incluso dar un paseo (como el del video) o hacer algo que realmente me apetezca y así cambiar mi estado de ánimo y continuar con aquellas otras cosas que sí o sí tengo que hacer.

Por otro lado, intento parar un momento y pensar que eso que tengo que hacer pero que no me apetece, en realidad es una oportunidad para practicar la máxima estoica de

No esperes que los eventos sucedan como deseas, sino desea que ocurran como son, y tu vida transcurrirá sin problemas. – Epicteto

Es decir, intento pensar que lo que tengo que hacer y no me apetece es como afrontar un día de lluvia. Preferiría un día soleado, los días de lluvia me entristecen y no me permiten hacer muchas de las cosas que me gustan. Pero racionalmente es absurdo que mi estado de ánimo dependa del día que haga, porque es algo que está fuera de mi control. Lo que sí está bajo mi control es cómo me siento yo ante el día que ha salido.

Pues intento pensar lo mismo con esas tareas o trabajos que tengo que hacer por obligación pero que o no me gustan tanto o en ese momento me resultan muy pesados. Intento pensar que son como un día de lluvia, en este momento no hay nada que pueda hacer para que el día cambie así que mejor me adapto y aprovecho para disfrutar del día de lluvia que voy a tener.

Intento visualizar un día de lluvia en el que hice algo que me gustó, o tengo un buen recuerdo, o estaba en buena compañía. Es decir, trato de visualizar un buen día de lluvia y luego pienso «bueno, se avecina un día lluvioso como aquel, así que vamos a disfrutar todo lo posible».

Y con esto no hablo de llevar una vida de resignación haciendo cosas que no quiero hacer. Cuando esto me pasa a menudo con alguna de mis «obligaciones», entonces trato de replantearme si realmente es algo que debo hacer y cómo puedo cambiarlo a medio plazo o qué tengo que hacer para que no se me siga haciendo tan pesado. Pero muchas veces se trata simplemente de algo puntual y que no requiere un replanteamiento profundo de la vida, ni pensar cosas como «¿si este fuera el último día de mi vida querría hacer esto que tengo que hacer?» Pues claro que no querría, pero es imposible y poco racional hacer solamente y cada día las cosas que haría si supiese que es el último día de mi vida.

El próximo día que se te haga cuesta arriba hacer las cosas que tienes que hacer, prueba a traer a tu memoria un recuerdo bonito de un día de lluvia y piensa que hoy ha salido lluvioso, pero que no por ello tiene que ser necesariamente un mal día. Y si esto te pasa muy a menudo con algún trabajo u obligación que tengas, replantéatela, busca una solución porque ya no es algo puntual y esporádico.


PD: Otra de mis conversaciones conmigo mismo. La escribo para acordarme de ella el próximo día que la necesite.

PD2: Si te apetece, comparte en los comentarios lo que tú haces cuando te ves sin fuerzas para afrontar el día. Seguro que será inspirador.

No confundas lo que pasa con lo que eres. La vida es en realidad un videojuego.

Pinar de La Galea

Tranquilidad que no voy a escribir de las teorías que hablan de que es plausible pensar que nuestra vida sea en realidad una simulación. Son teorías sugerentes pero me resultan poco útiles en la práctica.

Lo que sí es práctico y útil para nuestra vida es poder tomar distancia de lo que sucede a nuestro alrededor y poder diferenciarlo de lo que somos. Y ahí es donde actuar como si la vida fuera una simulación, un videojuego, nos puede ayudar de manera práctica.

Ojo, no pretendo que lo que voy a exponer sea real, simplemente creo que es una herramienta interesante que me puede ayudar a afrontar la vida con sabiduría, justicia, coraje y templanza (es decir, al estilo estoico)

Imagino la vida como un videojuego de estos tipo «sandbox«, un gigantesco Minecraft (a veces se parece más a un enorme GTA, jejej)

Yo soy el jugador. Y cuando digo yo me refiero a «mi ser», que con respecto al juego es inmaterial y atemporal. Yo juego la partida, pero lo que sucede en el juego no afecta a mi ser: si corro mi ser no se cansa, si me hieren mi ser no sufre, si muero mi ser no perece… porque yo (mi ser) estoy fuera de las limitaciones del juego.

Mi mente por el contrario es mi «avatar» en el juego, es el personaje con el que juego. Y mi mente cree que el juego es real, que lo que le sucede es real. Mi mente juega la partida constantemente y, si mi ser no toma las riendas, juega en modo automático, por su cuenta.

En consecuencia, todo lo que pasa en el juego, le pasa a «mi mente» no a «mi ser», y por lo tanto no me pasa a mí, sino al personaje con el que juego la partida.

Y aquí viene para mí lo interesante, porque los filósofos estoicos no sabían nada de videojuegos, pero en el fondo nos enseñan a vivir de este modo, considerando que lo que sucede a nuestro alrededor es parte de un videojuego y que no debemos dejar que nos afecte a nosotros, porque no es real, y por lo tanto podemos tomárnoslo como queramos. Ellos hablaban de la idea de «distanciarse» de la realidad o de «mirar desde arriba» para poder obtener una perspectiva más adecuada.

Si sufrimos, nos enfadamos, tenemos miedo, nos alegramos, estamos eufóricos, no es por lo que pasa en el juego, ya que lo que pasa en el juego no puede afectarnos directamente. Es porque nosotros decidimos que nos afecte, pero podríamos decidir otra cosa: si estoy echando una partida y no me sale lo que quería hacer u otro jugador me gana, esto no sucede realmente, pero yo puedo si quiero frustrarme, enfadarme, tirar el mando contra el suelo, gritar y chillar… pero en realidad podría también simplemente seguir jugando, o echarme a reir, o lo que quisiera, porque todo lo que está fuera de mí es parte del videojuego, y nada de lo que que pasa en el videojuego me puede afectar realmente, si yo no quiero.

A veces cuando estoy especialmente estresado o enfadado o frustrado, me ayuda mucho utilizar esta imagen: me veo jugando un hiperrealista GTA en el que a mi personaje le ha sucedido lo que me está estresando, enfadando o frustrando, y yo lo estoy viendo con el mando en la mano y tomando conciencia de que lo que «me» pasa, está en el juego, no en mí, y entonces puedo simplemente tomar los mandos y hacer lo que quiera…